El centro Blanco Amor, de Culleredo (a Coruña), tiene 90 alumnos extranjeros, de hasta veinte nacionalidades. Los propios profesores han desarrollado un programa para normalizar sus estudios
16 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.Vladislav apenas lleva un mes y medio en Galicia, pero habla mejor el castellano que un español emplearía el ruso tras pasar el mismo tiempo en Ucrania. Solo tiene 13 años, aunque aparenta 15, luce aún ese corte de pelo raso por arriba, con melenita sobre la nuca, al estilo de su compatriota Andrei Shevchenko en sus comienzos como futbolista y dedica este primer trimestre de curso en el instituto de Culleredo a ponerse al día con el idioma. Lo hace con tanto provecho que pareciese que solo tiene ese objetivo en la cabeza, y el caso es que por la mente de Vladislav seguro que pasan muchas más cosas: en su fría Ucrania, seguramente tan distinta a este extraño pueblo situado entre una ciudad y un aeropuerto, ha dejado a sus amigos y a dos hermanos mayores para reencontrarse con su madre, que echó raíces hace años en Galicia de la mano de una pareja española.
Pero él sigue avanzando en su vida y en sus estudios: prácticamente las 22 horas de clase semanales que recibe en esta aula de adaptación de la competencia curricular, como se denomina al programa que desarrolla el IES Blanco Amor, están destinadas a que Vladislav pueda desenvolverse con el idioma para centrarse en las otras asignaturas. «¿Y las mates?», le preguntamos. «Son igual que allá», responde con desparpajo y un atisbo de sonrisa que aparece como un oasis en su gélida corrección eslava. «En cierto modo -explica Susana Fernández, tutora del grupo al que pertenece Vladislav- esta aula funciona como aquellas escuelas unitarias de los años sesenta, formadas por alumnos de formación diversa que recibían una educación muy personalizada».
Echando un vistazo a la clase es fácil corroborar la descripción de esta educadora. Vladimir tiene como compañeros a tres chicas dominicanas, una venezolana que hace buenas migas con una colombiana, una china y un uruguayo. Los grupos, formados por chavales de 1.º y 2.º de ESO, nunca sobrepasan los 15 alumnos y se accede a ellos tras una prueba de nivel destinada a detectar carencias formativas que puedan impedir la adecuada integración de los chavales en el programa educativo estándar. «No es un grupo para gente problemática, para esos hay otras alternativas», advierten sus responsables. En realidad, el IES Blanco Amor, un centro ubicado en una de las poblaciones de mayor crecimiento de Galicia en los últimos años, debido al menor precio de la vivienda y a las buenas comunicaciones con la ciudad y los polígonos industriales, solo está cumpliendo las normas que obligan a que los centros se adapten a las necesidades especiales de los alumnos extranjeros. La particularidad de este instituto reside en que, a partir de esas bases, ha desarrollado un programa propio, autorizado por la Consellería de Educación, que es frecuente objeto de análisis, en charlas y seminarios, por responsables educativos de otras comunidades y que ya ha sido aplicado también en otros puntos de Galicia.
Carmen Rodríguez-Trelles, directora del centro, trata de resumir con brevedad los aspectos más novedosos que ha introducido este instituto en la formación de alumnos extranjeros dentro del sistema educativo español: «Los chicos que creemos que necesitan formar parte de este grupo reparten su tiempo lectivo entre esta aula de adaptación, donde se les instruye en las asignaturas que realmente necesitan reforzar, y la clase que les corresponde, en la que estudian otras diez horas a la semana y se muestran en igualdad al resto, puesto que incluso en algunas de esas materias tienen un talento o una formación superior». Según Carmen, el principal logro de este sistema, aparte de un aprendizaje más fluido, es «la mayor adaptación de los chavales al centro escolar». La directora del Blanco Amor recuerda que, antes de la puesta en marcha del programa, eran habituales las pandillas en los pasillos y en los recreos, «chavales colombianos, o brasileños por ejemplo que, como medida de autodefensa ante una situación en la que se veían inferiores, porque no se enteraban de la mitad de lo que les contaban en clase, formaban sus grupitos e intentaban reproducir las situaciones que habían vivido en su país». Nada que el guion de numerosas películas no haya tocado , junto a otras situaciones que también serían dignas de ser llevadas al cine.
Los responsables del Blanco Amor deslizan historias de malos tratos, de riñas familiares, huidas de casa y, en suma, pasados turbulentos que dibujan la biografía de algunos de estos alumnos a los que aseguran seguir muy de cerca tanto en su vida escolar como personal «gracias a la cohesión que proporcionan estos grupos, en los que el tutor llama por teléfono a los padres si el alumno simplemente falta un día». Carmen, dominicana de 2.º de la ESO y compañera de Vladislav, parece encontrarse tan a gusto en su nueva vida hasta el punto de que le cuesta recordar el nombre de la ciudad en la que vivía en la isla Caribeña. O quizás es que simplemente se hace la remolona. Al final son sus amigas quienes se lo filtran: «¡Es verdad, en Pantoja!», responde con desgana. La anécdota ilustra una realidad que, según la tutora Susana Fernández y la jefa de estudios, Belén Cotón, forma parte del trabajo que hay que sacar adelante cada día: «Aquí tenemos chavales con una buena formación y actitud, que simplemente necesitan ponerse al día en el idioma o en materias muy distintas a las que estudiaban en su país, pero también muchos que vienen de lugares donde la disciplina educativa, la percepción de la necesidad de formarse y, en suma, el nivel de estudios es muy bajo o inexistente. Algunos, directamente vienen de la calle». Desde su experiencia, asegura que en ocasiones es más complicado que los padres entiendan cómo funcionan las cosas en España que hacérselo comprender a los hijos. Estos últimos, en su opinión, «tienen una capacidad de adaptación muy grande y para ellos, el colegio es el lugar donde se encuentran más a gusto, ya que no es raro que en casa estén todo el día solos porque los padres se encuentren trabajando, aquí desconectan de sus realidades». La directora del Blanco Amor hace un inciso en las palabras de su compañera para recordar que el lema que encabeza el programa de adaptación en el que participa es «Separar, para integrar, no para diferenciar». Y apunta en varias ocasiones al caso de una niña rusa, Angelina, que acabó su etapa escolar con un magnífico expediente. La dominicana Carmena reconoce que, a pesar del esfuerzo de los tutores, en matemáticas sigue «muy floja» y que las asignaturas que mejor se le dan son «el castellano, la ciudadanía y la religión». Pero la directora del centro cree que Carmen, como el resto de los alumnos del grupo, acabará estando preparada para incorporarse al siguiente curso en unas condiciones de cierta igualdad con el resto de sus compañeros. Eso sí, siempre que siga en el centro, porque si una particularidad tiene el Blanco Amor, aparte de sus noventa alumnos extranjeros, es la gran movilidad de las sillas: «Ahora, con la crisis, no es raro que las familias regresen a sus países o que cambien de ciudad en busca de nuevos horizontes, del mismo modo que en cualquier momento del curso hacemos nuevas matrículas, sobre todo a mitad de curso, que es cuando acaban las vacaciones los chavales que vienen de estudiar en Sudamérica o en otros lugares».