Benedicto XVI entró el domingo en la basílica de San Pedro por primera vez sin dar un solo paso, subido a una peana con ruedas.
17 oct 2011 . Actualizado a las 23:41 h.Benedicto XVI entró el domingo en la basílica de San Pedro sin dar un solo paso, subido a una peana con ruedas, ya utilizada por Juan Pablo II en sus últimos años ante su imposibilidad para caminar. Es la primera vez que la usa Ratzinger, un grado más en la prevención de su natural desgaste físico, a sus 84 años, pero que dada la sensibilidad por la salud de los pontífices puede desatar alarma.
El Vaticano, consciente del efecto de la imagen, lo había anunciado la víspera quitando hierro al asunto: «No hay ninguna enfermedad o indicación de tipo médico», aclaró el portavoz de la oficina de prensa de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi. El objetivo era «exclusivamente aligerar la fatiga» del Papa a la hora de recorrer los noventa metros de la nave central del templo. También se debería a razones de seguridad, para garantizarle más protección en caso de incidentes, como el de la joven que saltó las vallas de seguridad en la misa del Gallo, en la Nochebuena del 2009. Por último, la plataforma, elevada en tres escalones, también sirve para facilitar la visibilidad a los fieles.
El sumo pontífice es un hombre frágil, delicado del corazón -tuvo un ictus en 1991- y que sufre hipertensión. Es verdad que en los viajes y en algunos actos se le ve cansado, y sus achaques son evidentes, pero también que está vigilado de cerca 24 horas por un equipo médico y lleva una vida de absoluta tranquilidad. Los síntomas de paulatina debilidad se rastrean, por ejemplo, en su inédita decisión en la Navidad del 2009 de adelantar dos horas la misa del Gallo, de medianoche a las diez. Hizo lo mismo el año pasado y Lombardi lo justificó de idéntico modo: «Para aligerar un poco la fatiga». Igualmente, su periodo de vacaciones en Castelgandolfo ya es larguísimo, casi tres meses.
En julio del 2009 tuvo por primera vez lo más parecido a un susto. Resbaló en su habitación y se rompió la muñeca derecha mientras veraneaba en Les Combes, en el valle alpino de Aosta. Fue llevado a urgencias y escayolado. Pero desde entonces su salud no ha dado ninguna noticia relevante. No obstante, hace un mes se volvió a hablar de su estado físico por una información del diario conservador y sensacionalista Libero. Un artículo del escritor católico Antonio Socci aseguraba que el Papa estaba pensando en dimitir cuando cumpliera 85 años, el próximo 16 de abril, o al menos ese rumor circulaba en el Vaticano. La Santa Sede lo desmintió como algo «infundado», aunque es indudable que el artículo tocó una cuestión que en algún momento se pondrá sobre la mesa.
En realidad, no estaba descubriendo nada que el propio Benedicto XVI no haya dicho ya. No es un secreto lo que piensa sobre el asunto. En el libro-entrevista con el periodista alemán Peter Seewald, publicado en noviembre del 2010, ya dijo con toda tranquilidad que «cuando un papa llega a la clara conciencia de no ser capaz físicamente, psicológicamente y mentalmente de desempeñar el encargo que se le ha confiado, entonces tiene el derecho y, en algunas circunstancias, también el deber de dimitir». Además confesó que a veces se siente «preocupado» porque duda de si será capaz de sobrellevar sus tareas y dijo que sus fuerzas «están disminuyendo». Nunca un pontífice había expuesto este problema con tanta franqueza. En este sentido, fue significativa la visita de Ratzinger en el 2009 a la tumba de Celestino V, el papa del siglo XIII que ha pasado a la historia, y no en muy buen lugar -en la Divina Comedia Dante lo colocó en el Infierno-, porque renunció al cargo.