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El Concello de Vigo no hace casi nada

Alberto Magro

VIGO

Casi cuarenta años de privatizaciones han llevado a que 1.600 empleados de empresas privadas se encarguen de tareas ajenas a los casi 1.300 trabajadores municipales

28 abr 2008 . Actualizado a las 11:46 h.

El Ayuntamiento ha desaparecido de la vida de los ciudadanos. O casi. Treinta años de privatizaciones y externalizaciones de departamentos y actividades han desprovisto al Concello del control de los principales servicios a la ciudadanía. Lo denunciaban esta semana los sindicatos, al conocer el último proyecto de privatización puesto en marcha por el Concello, el del servicio de vías y obras.

Con la reparación de los baches se irá lo poco que le quedaba a un Concello con 1.300 trabajadores en plantilla. Son muchos, sí, pero la mayoría ejercen como policías y bomberos. El resto se centran casi exclusivamente en labores de administración y oficinas: son la burocracia. A ellos se une un grupo cada vez más reducido de trabajadores que han ido perdiendo funciones. «Si seguimos así, acabaremos llevando citaciones. Y las máquinas del Concello, mientras, paradas», ilustra uno de los herreros de vías y obras, departamento que llegó a tener cien operarios que hacían todo lo que hoy hacen empresas que le cuestan una millonada al Ayuntamiento.

Antes les pasó a otros muchos, que pueden corroborar que en Vigo las privatizaciones no dependen del partido que gobierne: son una constante desde que en 1969 se adjudicó a una empresa el transporte público en autobús, que nacía para sustituir a los vetustos tranvías. Era Vitrasa y la adjudicación se produjo en medio de los rumores de mordidas bajo cuerda que después han acompañado a la mayoría de las privatizaciones y externalizaciones realizadas desde el Concello.

Las Koplowitz, alcaldesas

Ya en democracia, abrió la caja de los truenos Manoel Soto, que entregó gran parte de su poder al imperio Koplowitz. FCC se hizo en primer lugar con la limpieza y la recogida de basuras, un servicio al que dotó de personal contratando a los más de 300 trabajadores que se encargaban de ello en el Concello. Volvieron los rumores de mordidas y movimientos turbios, nunca probados. Más tarde, las hermanas más ricas de España ganaban galones al hacerse con la gestión local del agua, uno de los servicios que más beneficios reporta. Después su saca engordó con las grúas (hoy en manos de otra empresa), la limpieza de las playas y la gestión de la zona de aparcamiento limitado (la ORA, hoy convertida en XER y gestionada por Dornier).

Aunque el honor de dar lustre al poder de las Koplowitz no fue exclusivo de Soto. Tras él todos los alcaldes contribuyeron con prórrogas que en muchos casos aún se mantienen. Y de paso se incorporaron nuevas empresas: hoy hay más de 30 que trabajan para el Concello, a las que se suman decenas en pequeños contratos y decenas de trabajadores fijos contratados dentro de asistencias técnicas o como autónomos.

Por eso el Concello ya no hace hoy casi nada. La torre municipal no es más que un edificio de oficinas en el que hasta la recaudación de impuestos está en manos de una veintena de trabajadores que no son de plantilla, sino que ejercen casi como autónomos. Tampoco es el Concello quien vigila los coches de ciudadanos en los párkings municipales. La situación llega al punto de que si una luz se funde en las calles, es una empresa privada la que las sustituye y si hay un accidente en un túnel, otra compañía es la que avisa. Lo mismo si falla un semáforo, se cae una señal o hay que pintar una calle. Y si se aparca mal, la multa de la zona azul la pone el operario de una empresa privada, y el coche se lo llevan las grúas de la compañía Setex Aparkisa, que se embolsa 1,7 millones al año por levantar turismos. Ya sin coche, la opción es ir a pie por las calles que limpia FCC y los jardines que adecenta Cespa, o subirse a un bus de Vitrasa. Y si hay dudas sobre los servicios municipales siempre se puede llamar al 010 para resolverlas. Otras 1.600 personas que mantienen viva la maquinaria municipal desde empresas privadas que facturan cada día en el Concello una media de 150.000 euros. Mientras, el Ayuntamiento se encarga de la burocracia y sestea, porque hasta la limpieza de sus dependencias depende de una de las empresas privadas que de facto gobiernan Vigo.