La falta de una galería subterránea de servicios y el descontrol han dado lugar a calles plagadas de arquetas con socavones
12 nov 2008 . Actualizado a las 21:18 h.¿Quién dijo que en Vigo no hay tradición de tapas? Sin duda, alguien que no se dignó en degustar las de Pi y Margall, la calle más agujereada de toda la ciudad. En apenas ochocientos metros se pueden contar un centenar de arquetas de todo tipo de servicios. A diferencia de otros viales, en este se encuentran situadas una tras de otra, en rigurosa fila india.
Otras calles que figuran a la cabeza de este peculiar ránking son Camelias, donde superan con creces el centenar, López Mora, Sanjurjo Badía, Alfonso XIII y Romil. Al peligro por la proliferación de arquetas se suma en los dos últimos casos el hecho de que los viales tengan pendiente, lo que agrava la situación para los conductores, mucho más si son motoristas.
Mención aparte merecen rotondas y cruces, donde las tapas pueden llegar a indigestarse. Es el caso de las existentes en el nudo de Isaac Peral, acompañadas de suculentos socavones, la rotonda de la estación de ferrocarril o el cruce de Gran Vía con Urzaiz.
Castelao, García Barbón o Travesía de Vigo son solo algunos ejemplos más de los muchos que los vigueses tienen la oportunidad de engullir.
Si bien, en ciertos casos la molestia viene provocada por la propia arqueta, en otros es el montículo de la capa asfáltica que la rodea o el socavón que se ha formado en torno a ella. Hay para todos los gustos.
Hace diez años
La afición por las tapas data de hace una década. Hasta entonces la mayor parte de ellas correspondientes a abastecimiento de agua, Telefónica y Unión Fenosa, estaban situadas sobre las aceras. Fue con la llegada del gas y, sobre todo, del cable, cuando comenzó la perforación de la calzada de forma indiscriminada. A ellas se sumó el saneamiento, instalado casi siempre por el centro de los viales.
En lugar de optar por la instalación conjunta de los servicios a través de una galería común, cada cual perforó lo suyo y la ciudad pasó a ser un colador, sin que nadie hiciera lo más mínimo por evitarlo.
La consecuencia, incremento del nivel de ruido y, por tanto, más molestias para los ciudadanos, mayor riesgo para los conductores y para sectores como el de los taxistas, que se pasan el día en las calles. Eso, sin contar la dificultad que supone ahora asfaltar las calles.
Desde el departamento de Vías y Obras se intenta enmendar la situación, algo que resulta prácticamente imposible por tratarse de una labor muy minuciosa. Lo único que se ha conseguido hasta la fecha es que unas veces el entorno de las tapas sobresalga y en otras ocasiones permanezca hundido, con lo cual lejos de mejorar el problema, se ha agudizado.
En el Concello aseguran que la intención es aminorar las consecuencias y reducir el número de arquetas. Sin embargo, las nuevas humanizaciones como, el tramo de la calle Zamora que ya está concluido, demuestran que los agujeros seguirán dominando el paisaje urbano.