Tras El Malecón, La Negra Tomasa y el Manteca Jazz, el empresario inicia una nueva aventura con la música en directo
16 feb 2009 . Actualizado a las 11:59 h.Gonzalo Villar Sanjurjo colecciona bares con música en directo. Ya lleva unos cuantos desde que hace casi veinte años cambió su fulgurante carrera como jefe de ventas por las empresas nocturnas con banda sonora.
Al quedarse en paro y contagiado por el veneno de la música latina empezó la aventura con El Malecón junto a su hermano, Javier, a principios de los años 90. «Fue un bum absolutamente inesperado. Al mes de abrir ya teníamos en el escenario a los Van Van, que era la mejor orquesta cubana del momento y seguramente ahora también», recuerda. «Nos iba muy bien y siempre llenábamos. Nos conocían hasta en La Habana», sostiene.
El éxito y la dimensión internacional que alcanzó les dio la oportunidad de conocer a grandes figuras de la música latina como Chucho Valdés o Compay Segundo, que llegó a España invitado a unas jornadas de flamenco y son. Villar recuerda que un amigo de Madrid, Luis Lázaro, les avisó de que llevaba 15 días en Navarra sin hacer nada «y nos lo trajimos una semana entera. Compay era un hombre de la revolución que estuvo 30 años viviendo en el hotel donde trabajaba tocando con su trío Los Muchachos. Lázaro lo empezó a mover y llegó a ser conocido en medio mundo. De hecho la primera vez que vino, en el 94, con 87 años, nos cobró cien mil pesetas por los siete días y a los dos años ya cobraba un millón de pesetas por actuación. En esos días Compay nos hizo una canción que se llamaba En la gosadera de El Malecón , en la que habla de Javier. Mi hermano era el que más trataba a los músicos y el que más recuerdos guarda de esa época», cuenta.
Auge y caída
La historia de El Malecón empezó en el 90 y acabó en el 97 por el auge y caída de la música latina, y por un «error de navegación, -apunta-, ya que nos despistamos del rumbo inicial, más orientado a la música que al baile. Pero llegó el Cachamba con orquestas dominicanas y el baile facilón, el merengue, y se nos llevaron a todos los bailones. Primero perdimos a los aficionados a la música y cuando nos dimos cuenta, perdimos también a los del baile. Teníamos clientela suficiente, pero acostumbrados a la bonanza y atacados por el desencanto, decidimos dejarlo», resume.
El jazz
Su siguiente lance fue La Negra Tomasa, donde durante dos años exploró el calado del jazz durante dos años, para después lanzarse de cabeza al Manteca Jazz, que en pleno éxito, por la reforma del edificio, cerró sus puertas en octubre del 2008. Hace un par de semanas, Gonzalo Villar ha vuelto con un garito llamado Xancarajazz («un nombre que solo me gusta a mí», reconoce), en un pequeño bar en la calle Isabel II, la lado del cine Fraga, con el que retoma la aventura hasta que dure. «Abrir y cerrar locales se ha convertido en mi especialidad», asegura. Además, su trayectoria se caracteriza por contar siempre con una banda residente. Desde el Combo del Malecón, con doce músicos; al Trío de la Casa (después cuarteto) y J'Cop de La Negra Tomasa; al Cuarteto de la Casa en el Manteca. «A mí lo que me gusta es la música. Como ocio y como negocio. Yo me siento comerciante y taberneiro de la música en vivo», explica.
Bisnieto de Sanjurjo Badía
Gonzalo Villar Sanjurjo es descendiente de Antonio Sarjurjo Badía. Su bisabuelo era el emprendedor industrial, inventor y soñador, que construyó un prototipo de submarino y trabó amistad con Julio Verne cuando una avería llevó al escritor hasta su taller en Vigo. Y su abuelo tenía la Fundición García Barbón, que hacía todas las alcantarillas de Vigo. Pero en los genes del hostelero no se aprecia pasión alguna por la navegación ni por las tapas, a no ser las que acompañan a las consumiciones. Lo suyo es tener los pies en el suelo. De hecho, su primer trabajo fue en el sector del zapato, en la empresa familiar, Calzados Trevinca, que fabricaba calzado plástico en la época dorada de las fanequeras y las katiuskas. «Nosotros vivimos una época dorada. Cuando mi hermano fue director comercial empezó a innovar e introdujo colores y formas que hasta entonces nadie había fabricado. Se llevaban y se vendían como churros, pero fue un mercado que fue mermando. Al final la empresa la compró una empresa navarra que se dedicó a favorecer a su marca», lamenta.
El empresario no es aficionado a guardar recuerdos: «Me paro muy poco a mirar hacia atrás. Soy más de lo contrario, siempre adelante», precisa. Villar llegó al mundo del calzado tras abandonar la carrera de Medicina y cumplir la mili. Asegura que siempre fue buen estudiante: «Desde los 8 años, excepto en tercero y en COU, estuve interno, dos años en Zamora, dos en Santiago y tres en Pontedeume». Pero cuando llegó a la facultad se le atragantó la ciencia: «Estuve cuatro años, pero solo aprobé primero y dos de segundo, así que al quinto año ya no me atreví». De pequeño siempre decía que quería ser médico y finalmente tiene consulta: receta música en vivo en compañía. A veces lo cura todo.