Entre Fernando Alonso y su inseparable calvo, nos hemos hecho expertos en Fórmula Uno. Hoy por hoy, hasta el más ceporro al volante sabe que, para «negociar las curvas», hay que «calzar unas gomas» adecuadas y acertar con los «reglajes». La «carga aerodinámica» depende de la estrategia «a dos o a tres paradas», siempre y cuando no salga el «safety car» con «bandera amarilla» en pista, y pierdas la «pole» por no superar la «Q3». En un solo lustro, en cuestiones del motor, nos hemos convertido en catedráticos.
A la salida del furancho, cuando el coche no arranca, el parroquiano da un consejo a voces: «Tíralle do Kers!». Y, si el turismo sigue terco, no faltará el perito espontáneo que apunte la causa de la avería: «Isto vaiche ser cousa do doble difusor».
Si, en el fútbol, todos somos seleccionadores nacionales, en la Fórmula Uno ya no hay nadie que no pueda discutirle una decisión al jefe de mecánicos de McLaren. A lo mejor, no sabes ni cambiar una rueda, pero no hay quien te tosa en una discusión sobre el efecto suelo o la degradación de los neumáticos de lluvia monzónica.
Para animar el cotarro, el salón del automóvil de Vigo se ha traído este año el Ferrari de Michael Schumacher. El monoplaza ha causado sensación. El público se arremolinaba ante ese milagro de la mecánica y bajaba asombrado de los altos de Peinador. Lo asombroso, sin embargo, no es el coche de marras, sino el propio certamen de Cotogrande. Con esta crisis, que aún haya salón del automóvil sí que es alucinante.
Los aún miles de vigueses que se pasan el día en Citroën, y en su industria auxilar, fabricando coches, se siguen metiendo un fin de semana de mayo en un formidable atasco para ir al Ifevi a ver más coches. Reconozcamos que tal fenómeno raya con lo enfermizo.
Para colmo, en esta edición suponemos que nadie va a comprar nada. Con Zapatero (que sería Schumacher, en alemán) empeñado en darle ayudas a la industria, y no a los consumidores, el mercado automovilístico sigue más parado que Kimi Raikonnen en un velatorio. Al salón del automóvil, este año, se va sólo de miranda.
Personalmente, un año más, me quedaré sin subir a Cotogrande para la gran romería viguesa de la automoción. Para ver coches, me llega con los atascos de Vigo, o la masa de vehículos centelleantes que brillan en la terminal de Bouzas. Ir a verlos a un salón, y pagar por ello, sigue pareciéndome desconcertante.
Entiendo la pasión por el coche de Schumacher. Pero no la expectación que provocó el rally indoor en el que corrió Didier Oriol. Con la ciudad convertida en un circuito de zanjas, vallas, barrizales y obras, asombra que pueda llamar la atención un rally. El RAC, el Mil Lagos o el de Montecarlo lo vivimos en Vigo todos los días. En esto, y no en Fórmula Uno, es en lo que los vigueses somos expertos.