Hagamos a Moneo Vigués Distinguido. Concedámosle, con urgencia, el título de Hijo Adoptivo. Otorguemos a este señor la Medalla de la Ciudad. Saquémoslo en procesión con el Cristo. No hay bronce en el mundo para erigir su estatua. Abramos las puertas de nuestras casas, que son ya suyas; suyos somos, fieles servidores, leales lacayos, humildes siervos del genial arquitecto.
Grandes señales anunciaban su llegada. Y, por fin, ha comparecido El Mesías. «¡Moneo!», gritamos arrobados. «¡Guíanos, Moneo!», imploramos con fe inquebrantable. Tu palabra, Moneo, vivifica las almas laceradas de los vigueses.
Por primera vez, llega a Vigo un arquitecto que nos dice lo que todos queremos oír. Su propuesta, presentada ayer con boato, resulta entusiasmante. Basta decirlo en una sola frase: «¡Este tío quiere tirar abajo el ayuntamiento!»
En otras latitudes, la idea podría parecer parca. Ciudades sobran en el mundo donde sus habitantes valoran que se construyan edificios, que se abran avenidas, que se levanten palacios y que se tiendan puentes. Pero José Rafael Moneo Vallés, navarro, de 72 años, es el primer discípulo de Vitrubio que nos entiende perfectamente. Lo que a los vigueses nos entusiasma es la piqueta y el barreno.
Que la casa consistorial de Vigo es un adefesio es algo en lo que todos los vigueses están de acuerdo. El proyecto, que supuso la destrucción del castillo de San Sebastián, fue firmado por todos los arquitectos de la ciudad, obligados por la dictadura, para dar cobertura legal al engendro. Mal remedo del edificio de Naciones Unidas en Nueva York, pero en cutre, en enano, y en paleto, el ayuntamiento es una aberración urbanística de primer orden.
Han tenido que pasar tres décadas para que Moneo venga a confirmarlo. Por si su idea no fuese ya buena, el artista navarro propone también derribar la Gerencia de Urbanismo. Y aquí hablamos de un edificio que ya era ilegal desde su propia construcción y que hubo de ser legalizado y comprado por el Concello. El edificio de la Gerencia es el mayor símbolo del desastre legal y urbano de nuestra ciudad. Por desgracia, para ser perfecto, al plan de Moneo le quedan dos detalles. El primero sería saber qué va a hacerse con A Ferrería, que se pudre a dos pasos de la casa consistorial. Y, la segunda, conocer si sería posible que, en el momento justo de la demolición, pudiese celebrarse un pleno en su interior con cualquier excusa. Así solucionaríamos muchos más problemas que los estrictamente arquitectónicos.
Queda, para terminar, un último fleco: el de la financiación. Si Vigo no tiene para pagar las demoliciones e indemnizaciones, de Castrelos, Jacinto Benavente, Samil o Finca do Conde, ¿habrá para esto? Parece dudoso. Pero eso no es problema de Moneo, el mesías, el líder, el primer tipo en años que nos trae una buena nueva.