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La casa de los horrores, a 100 metros del Concello

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland VIGO/LA VOZ.

VIGO

El asilo de Pi y Margall, que ardió esta semana, se ha convertido en refugio de indigentes en el centro de la ciudad a la espera de que en un futuro se transforme en una urbanización de 320 viviendas

15 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El pasado lunes, un incendio devastó la tercera planta del viejo Asilo de los Ancianos Desamparados. Dos camiones de bomberos lograron sofocar el fuego, que destrozó la cubierta de madera de una de los pisos. Pero, mientras se combatían las llamas, iba saliendo, por la trasera del edificio, una sucesión de espectros, que abandonaban el inmueble. Eran algunos de los okupas que han encontrado refugio en estas ruinas.

Situado en Pi y Margall, a sólo cien metros de la torre del ayuntamiento, el antiguo asilo fue abandonado hace diez años por las religiosas que lo atendían, tras un acuerdo con la promotora de Valery Karpin. La busca de financiación y trámites burocráticos han ido demorado la urbanización del Barrio del Cura, en la que se construirán 320 viviendas y una plaza pública de cinco mil metros cuadrados.

En el camino, el inmueble se ha convertido en infravivienda para decenas de toxicómanos, algunos de los cuales pernoctan en sus instalaciones. Es el caso de Carlos, toxicómano, vigués, de 33 años, que se ha acomodado en la segunda planta del edificio. En una de las habitaciones para residentes, hoy en ruinas, ha colocado un colchón y una caja de cartón que hace las veces de mesa. "Como no hay cristales, he cerrado las ventanas con plásticos y cartones", explica mientras muestra su hogar.

Los nuevos residentes del asilo acceden al edificio por un portalón metálico que da a la calle Poboadores. Desde allí, atraviesan lo que en tiempos fueron hermosos jardines para disfrute de los ancianos, hoy convertidos en una escombrera llena de zarzas. Al interior del inmueble, entran por una ventana y cada cual ha encontrado refugio en alguna de las habitaciones abandonadas.

Los cascotes y la basura amontonadas por todas partes explican el hedor insoportable que se respira en todo el edificio. Los restos de hogueras justifican un fuego como el del pasado lunes. Toda chatarra y el cableado eléctrico del inmueble han sido arrancados y el paisaje parece el que sigue a un bombardeo.

Habitaciones y piscina

Carlos ha puesto a su vivienda un candado, para evitar robos: «Escogí una habitación con puerta y, así, teniendo llave, no me pueden robar la bici». En otras habitaciones ocupadas, unas tablas o un mueble destartalado en la puerta indican que dentro pernocta alguien.

En los días de mayor calor del verano, Carlos y otros toxicómanos utilizan el vecino lavadero de Poboadores, junto a la fuente de A Barroca, como piscina donde refrescarse. A lo largo de julio y agosto, fue común la estampa de indigentes en bañador o bikini, bañándose en las piletas recientemente restauradas.

Carlos pide «una vivienda digna» o, al menos, un albergue público: «A los de los curas no voy, porque además no te dejan ni fumar». Cuando, en 2011, comience la demolición del edificio y las obras de urbanización, deberá buscar un nuevo refugio, al igual que el resto de los vecinos. Lo harán lejos del Casco Vello, cuya rehabilitación ha reducido la oportunidad de ocupar casas. Mientras tanto, el antiguo asilo de Pi y Margall, a la vista de la torre del ayuntamiento, se ha convertido en su hogar. Una escombrera habitada de fantasmas.