Concretamente los que van de 1983 a 1987. Anda el fotoperiodista Víctor de las Heras enfrascado en la difícil tarea de elegir las imágenes más representativas, curiosas, impactantes..., de aquellos mil ochocientos veinticinco días, tal vez los más agitados que vivió la ciudad desde la llegada de la democracia. El trabajo verá la luz la próxima primavera en forma de libro.
Cuenta Víctor que aún no está decidido el título, pero que tiene muchas papeletas Las movidas de la Movida. Dice que la primera idea fue centrarse en aquel movimiento cultural que consiguió poner a Vigo en el mapa, pero que en cuanto empezó a bucear en el archivo, se dio cuenta de que aquella efervescencia cultural no era más que fruto de la efervescencia en la que, en todos los frentes, estaba sumida la urbe, desde el político al laboral y desde el deportivo al meteorológico.
La más importante (por número de imágenes) será la reservada a la Movida. Habrá una segunda dedicada a las movilizaciones, con los primeros zarpazos de la reconversión del sector naval como hilo conductor, y una tercera de carácter general en la que, a modo de cajón de sastre, tendrán cabida asuntos variados.
«Fueron cinco años muy intensos», asegura Víctor mientras va haciendo memoria: «El Celta vivió dos ascensos, hubo dos elecciones municipales, se derribó el Scalextric, tuvimos una nevada histórica, el caballo empezaba a hacer estragos, el sida...».
Seguro que en el apartado de las drogas Víctor incluirá alguna de las imágenes que, en primicia y a pie de obra, pudo captar durante las dos semanas que, como un interno más, residió en Alborada, la primera granja para toxicómanos que querían desengancharse. «Ha sido una de las cosas más duras que he vivido. Ahora hay mil y una herramientas para evitar tanto sufrimiento, pero entonces no había metadonas ni rabos de gaitas, los chicos pasaban el mono a base de tisanas. Un horror». «La calle es de todos». Es lo quiere reflejar Víctor en la selección que está haciendo de las movilizaciones de la época. «Las más gordas eran las del naval, pero había otras muchas, los movimientos feministas defendían el aborto, los estudiantes se echaron a la calle por el bonobús, el rechazo a la entrada en la OTAN... En dos años hubo cuatro huelgas que paralizaron la ciudad».
Con otras palabras, pero Víctor de las Heras viene a afirmar que Vigo vivía en un bucle de movidas: «por la mañana en las calles, a golpe de manifestación, y por la noche en mil y un locales a golpe de música». El primer concierto en Estación 34, el desnudo de Comesaña en Castrelos... Lo tiene todo porque, según explica, aquellos años vivía una especie de luna de miel con su cámara, hasta el punto de que «me comía la calle». Subraya que no deja de ser curioso que, después de licenciarse en Publicidad, primero y en periodismo, después, terminara dedicándose a lo único que no estudió, Imagen. «La culpa la tuvo Ángel Llanos, que nunca tenía preparadas las fotografías que me mandaba a buscar mi padre. Yo era un chaval y Llanos hacía magia», asegura.
Los que hemos conocido aquel estudio de la calle Colón del hoy decano de los fotógrafos vigueses, entendemos bien lo de la magia. De otra forma no se explica que pudiera trabajar en medio de su organizado caos. Aquella atmósfera, única e irrepetible, atrapó a Víctor hasta el punto de que, según confiesa, se echó a la calle con una cámara «sin saber cómo se disparaba». No se separaba de ella ni de día ni de noche (y de noche vivió mucho), así es que nadie como él ha sido capaz de atrapar la Movida. Más que nada porque formó parte de ella y estaba siempre en el sitio justo.
Por ejemplo, estuvo en Estación 34 aquel día de 1983 en que Golpes Bajos ofreció su primer concierto. También estuvo en el concierto que Alberto Comesaña y su grupo ofrecieron en el 86 en Castrelos. La foto que hizo del cantante cuando, en un momento de rebeldía, se bajó los pantalones, se convirtió en uno de los iconos de la Movida. Estuvo cuando se acuñó la frase de Madrid se escribe con V de Vigo y cuando aquel tren llenó de músicos llegó a la ciudad. «Aquello fue el principio del fin, por eso he querido acabar en 1987» que, desde su punto de vista, supuso un punto y aparte.
Contará Víctor con la complicidad de Alberto Alonso y Fernando Franco dos amigos que, como el, vivieron la Movida desde la primera fila del patio de butacas, para poner texto a sus imágenes. Podría hacerlo él, pero quiere otras posibles lecturas. «La mía no tiene por qué ser la buena», dice.
No es Víctor de las Heras el único que ha puesto el retrovisor para recordar aquellos transgresores y creativos años de la Movida, pero sí uno de los que puede hacerlo con autorización por eso que contaba antes, estuvo allí. Igual que estuvo, por ejemplo, el amigo Emilio Alonso, propietario de una colección de material de la época que daría para crear un museo, y que anda también enfrascado en un proyecto movidil que contaré otro día.
El caso es que, al calor de iniciativas con fundamento parece que están asomando la cabeza algunos advenedizos que, según afirma Víctor sin ocultar su enfado «ni estuvieron allí ni se les esperaba». Lo del enfado, más que por lo de que otros quieran figurar, es por que lo hagan a su costa. «Han llegado a utilizar fotografías mías no ya sin pedirme permiso, sino adjudicándoselas como propias». Definitivamente, hay muchas movidas en la Movida.