Enrique Suárez Guntín sufrió un infarto mientras atendía a un paciente
16 dic 2011 . Actualizado a las 12:30 h.Con el fonendo puesto. Así falleció ayer Enrique Suárez Guntín. El médico de los pobres, como se le conocía en Lavadores, donde nació hace 80 años, falleció ayer mientras atendía a un paciente. Cuando notó que su corazón estaba empezando a fallar le pidió que avisara a Manolita, su mujer, que llegó al instante porque la consulta está en el bajo de la vivienda. Le suministró la píldora que le indicó, pero fue inútil. «Murió como quiso», afirmaba apenas una hora después su hijo, también médico.
Hace una década que, por imperativo del calendario y solo por imperativo del calendario, tuvo que colgar la bata en el Sergas, pero a un profesional de vocación como era él, nadie pudo convencerle para que hiciera lo propio en su consultorio privado. Ni siquiera cuando los achaques empezaron a menudear. Era su vida.
Las puertas de su consulta estaban siempre abiertas para todo el mundo. Para los que podían permitirse pagar una cita privada y para los que no. La sala de espera solía estar abarrotada de estos últimos. Fue esa conjunción de profesionalidad y humanismo lo que le valió el título de Vigués Distinguido en 1997. Con la humildad que le caracterizaba, decía no entender por qué él. «No he hecho nada extraordinario», aseguró.
Sin cupo
Se cuentan por miles los pacientes que pudo tener a lo largo de su dilatada carrera y, sin embargo, a la mayoría de ellos los conocía por el nombre o, en su caso, por el apodo. El boca a boca, siempre tan efectivo, hizo que en su día el ambulatorio de Coia y luego el centro de salud del mismo barrio se viera obligado a cerrar su cupo, en el que había más cartillas de las que teóricamente se podían abarcar. No era su caso. Todos le querían como facultativo y él lo que hacía era ampliar su horario hasta donde hiciera falta con tal de no defraudar a nadie.
Tenía la teoría de que todas las enfermedades, por menores que puedan parecer, son muy importantes para el que las sufre. Fruto de esa teoría jamás ponía pegas para visitar a domicilio. Llegaba con su inseparable maletín cargado de medidores de tensión, de temperatura y demás material al uso pero, sobre todo, llegaba con un inmenso, un inagotable saco de palabras, en el que siempre encontraba la más adecuada al momento. Palabras que las más de las veces hacían el efecto de la más eficaz de las medicinas.
Funeral
Así es fácil entender que Manolita, «la única mujer de mi vida», como él mismo afirmó en alguna ocasión; Enrique, su hijo, y Elena, la mujer de éste, tuvieran que consolar ayer a muchas de las personas que llamaban por teléfono o se acercaban al tanatorio Vigomemorial, en cuya sala número 2 será velado hasta las 16.30 horas de hoy. Media hora después será enterrado en el cementerio de Lavadores y a las seis, en la iglesia de Santa Cristina, se oficiará su funeral.