El ocaso de la Mariña
A Mariña
26 Mar 2023. Actualizado a las 15:29 h.
Cuando vemos marchar a la juventud y que no vuelve, cuando vemos a los comerciantes soñar con la jubilación, cuando sufrimos por ver vender nuestra flota pesquera, cuando aspiramos a que Alúmina- Aluminio supere la crisis, cuando necesitamos ser atendidos en un hospital y sufrimos la desgracia de sus deficiencias -circunstancia habitual y acorde a la zona-, mientras soportamos la tercermundista carretera de la costa... en el país de la lluvia fiamos nuestro progreso al turismo. Un turismo sin carreteras, sin tren aprovechable y que ni siquiera sueña con un aeropuerto. La simplicidad de los buenos deseos y los trabajos de alguna gente bienintencionada no esconde la realidad palpable.
Con este panorama nos convendría saber que Soria o Teruel son solo dos botones de muestra de la España vaciada, y también que eso ocurre en muchos otros pueblos como los nuestros. Hoy la población vive en las grandes ciudades e, igual que la costa “roba” población al rural, lo hacen las ciudades con las villas. Y la costa de Lugo es una sucesión de villas. Si no hay medios de vida, la ciudadanía se va. El bienestar de los pueblos se mide por su pujanza económica, por su actividad y vitalidad en todas las facetas y lo refleja en la alegría de sus habitantes. Y mi percepción es que nuestros pueblos languidecen sumidos en ese trajín despoblacional. Echar la culpa a los políticos es un socorrido argumento que no esconde tampoco la realidad. Cierto es que la actividad política podría paliar esas sangrías, pero las empresas no buscan dar trabajo a la ciudadanía, sino condiciones óptimas para su producción y rendimiento. Y un ejemplo claro es la deslocalización de la industria conservera, hoy en Marruecos. Si a esto añadimos que la Mariña es la cenicienta de las administraciones, que la ningunean negándole carreteras, ferrocarril adaptable a las necesidades, actividad portuaria...¿qué podemos esperar? ¿ Pero qué vamos embarcar o desembarcar aquí con Aluminio parado, la pesca en desguace, y tan solo un poco de madera? Como no sean emigrantes como hace cien años... perdonen el sarcasmo. Este declive es real por más que nos duela.
¿Podríamos revertir la situación? Sin duda sería lo deseable, acabar con la emigración, ver crecer a nuestros niños en su entorno, trabajar con alegría... pero eso requiere, además de mucha suerte, un espíritu colectivo que luche por la labor. Hoy la realidad está en contra. La gente vegeta en las charlas de los churros, en las triviales tertulias de los vinos, en la apatía ciudadana, en la resignación que disfrazan de cristiana, pero que en realidad, como diría Séneca, esconde una apatía enorme. La dejadez, la sumisión, la comodidad individualista, la indiferencia y un vivir, cuasi colectivo, de una ciudadanía de zombis que asusta. (Quien piensa libremente no tiene obligación de ser políticamente correcto). Cuando los hombres han llegado a tal estado de desánimo, a vivir sin ilusión, entonces apaga y vámonos. Y créanme que duele esa percepción de ver como huyen de la reflexión y conciencia. ¿Dónde están esos “breoganes” de la vida tan luchadores, tan valientes, tan dispuestos a cambiar las cosas? Aquí todo se arregla con el mago Merlín....¡ y así nos va!.
Si a ello añadimos la desazón personal, la superficialidad en nuestra cotidianeidad vital, nuestro insufrible mantra de que ”eche o que hai”... entonces deberíamos reaccionar para enfrentar la vida de otra manera. En una sociedad donde la industria es montar geriátricos y en la que los jóvenes escapan, allí donde las oportunidades son escasas y la ilusión se desmorona, no cabe duda que sufre una seria enfermedad. No quiero pensar que pueda pasar si fallan las pensiones, hoy huchas de las familias y que soportan tantos depredadores económicos.
En este contexto cabría esperar que nuestra clase política hubiese tirado del carro y fuera lo suficientemente honesta para entusiasmar a la ciudadanía con remedios reales. Sí, con los hechos.
Pero nací en una tierra donde el poder siempre está al servicio de los amigos; donde se crea clientela política con favores; donde se miente sin pudor y con descaro para engañar al personal; donde la administración pública se convierte en puesto de trabajo para el afín; donde se fraguan mil artimañas, algunas ilegales, para vencer al contrario; donde las inversiones no se realizan para atender las demandas ciudadanas, sino para ganar las elecciones; donde los organismos y las leyes- léase Costas o Portos- son instrumentos para el acoso y derribo del adversario.
Sí, nací en una tierra donde ofende usar la palabra cacique porque sus tiralevitas se sienten insultados; nací allí donde la Iglesia no es de nadie, pero siempre está del mismo lado; nací allí donde se esquiva la conversación política porque se rehúye por temor a perder el favor de los criticados; nací donde hay instituciones que colocan el voto en la mano de sus usuarios; nací donde se huye de la verdadera confrontación de ideas porque los serviles, siempre temerosos y acobardados, aspiran a las migajas. Nací allí donde la democracia es un instrumento falaz de los poderosos. Decía José Luis Sampedro: “El sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos”.
Con este panorama resulta fácil y triste pronosticar los futuros resultados, prever que seguiremos igualmente abandonados, observar que nuestros políticos sigan a lo suyo, es decir a vivir bien, formar camarillas, utilizar la ambigüedad, prometer el oro y el moro, coger alguna mordida si se tercia, permitir abusos a los amigos, calumniar al adversario, comprar al que apunta maneras, crear una red anti enemigos... Y si caen en la desgracia de sus chanchullos, siempre se podrá evitar su desprestigio enviándolo a un retiro dorado para después lavar su imagen y venderlo por bueno. Si la política es lo que tiene, que de un golfo se crea un santo.
En cuanto a nuestra zona, resulta evidente que nuestros políticos son, como ya escribí muchas veces, como los pollos de cuarto y mitad. Ni siquiera enteros. Ni los conocemos. Vivimos aferrados a las ideologías y estas son casi siempre pantallas en que se escudan. En los pueblos, elecciones municipales, a los golfos y borrachitos los conocemos, pero aún así hay alguno que los vota, todo sea por el partido. Por su parte, a nivel autonómico, en toda España, y por supuesto en la Galicia del clientelismo, las diversas Xuntas son oficinas de colocación donde abundan los pesebristas que así se garantizan un trabajo fijo y cómodo. Como resultado de esa indecencia, la misión de esta gente consiste en derribar gobiernos de la oposición negando cuantas demandas realicen. Todo sea en aras de las cacareadas alturas de miras, del respeto de la democracia, y otras disculpas. La vieja caterva de nostálgicos siempre está dispuesta a prostituir una democracia que ni le gusta ni acepta. Vieja golfería que recuerda aquello del Gatopardo: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”( G.T. De Lampedusa).
Y como es visible, patente y escandaloso el comportamiento, que demuestra la calidad humana de nuestros políticos, resulta evidente que el cambio consistió en sustituir a los viejos terratenientes, altivos y displicentes, por unos tiralevitas al servicio de las multinacionales.
Hoy, como siempre, para la clase política, la Mariña es parada y fonda veraniega de esos depredadores de mariscos que tanto nos aman. En la mente de muchos todavía perviven las francachelas que cada verano se montaban alrededor de Fraga, al que adoraban sus serviles, y cuyos logros para la Mariña seguimos buscando, incluida la Transcantábrica original.
Hoy el político forma parte de esa jarca que se afilia a un partido, vive bien de él, promete mucho y no regala nada. No, no estoy hablando de este partido u otro, porque el bogavante sabe igual en ambos paladares, sino diciendo clarito que a la Mariña no la conocen ni en la Moncloa ni en San Cayetano. En el primer caso, porque no tiene valedores de verdad, y en el segundo, como si no los tuviera.
Así que como decía Víctor Hugo: “ Entre el gobierno que gobierna de forma errada y el pueblo que lo permite, hay una solidaridad que da vergüenza” . Así que cada cual piense, si quiere.
* Ricardo Timiraos, profesor y poeta.