La Voz de Galicia

Eduardo Vale, «Cacao», patrón jubilado: «No mar sufrín moito; o mar non é para os homes, é para os peixes»

Viveiro

Ramón González Rey
Eduardo Vale Insua, Cacao, en el puerto de Celeiro

Miembro de una emblemática saga pesquera en Celeiro, una bronca lo sacó del seminario y destacó por su solvencia gobernando barcos

14 Jan 2024. Actualizado a las 12:29 h.

El apellido Vale remite en Celeiro a la pesca. Los hermanos Vale González, según indicaba José Pino, eran especialistas en el dominio de la ría de Viveiro, haciendo valer su experiencia en el arte del cerco. También desempeñaron un papel crucial en la implantación del «modelo Echevarría» en el norte de Galicia, cuando se encargaba la motorización de los pesqueros a los emblemáticos talleres de Bermeo. De esa saga familiar procede Eduardo Vale Insua, de 85 años, un hombre para el que el mar «foi a miña oficina, o meu lugar de traballo durante toda a miña vida».

Eduardo comenzó a trabajar en el mar con trece años. Cuenta divertido que, pese a la tradición familiar, empezó de rebote, puesto que él iba para cura. «Estaba estudando para iso, era monaguillo. Pero un día cheguei tarde á novena. Despisteime e nin reloxo tiñamos daquela», explica. La brusca reacción del sacerdote le convenció de que el seminario no era su sitio. «Non quixen volver nunca máis», afirma.

Entonces embarcó en el Acácio Vale, el barco que sus abuelos construyeron en el 1964. Fue la primera embarcación de A Mariña de la tipología de Construcciones Echevarría de Bermeo. «Mareábame moito, ata ás veces en terra só de ver o barco», recuerda Eduardo. «Aquelo non era vida, non sabía nin como andaba pola cuberta. Vomitaba seguido. Ademais ía ao mar cuns pantalóns curtos, porque é o que tiñamos os nenos, e púñame perdido», relata.

Con el tiempo fue aprendiendo. Valora lo mucho que le enseñó el primer patrón del barco, Antón da Amora. Y «Cacao» —el apodo con el que se conoce a Eduardo en Celeiro— asumió con los años el timón del Acácio Vale.

Aunque se curtió en el cerco, «Cacao», que trabajó en una lista interminable de barcos, pescando bocarte, bonito, pez espada o merluza, perteneció a una generación que aplicó las enseñanzas de sus predecesores a la pesca de altura. Fue patrón en Gran Sol, donde al principio se orientaba por la posición del astro rey, conociendo cada rincón del legendario caladero, y «facía planos de pesca para ir marcando os mellores sitios para largar».

Eduardo admite que está «máis nervioso» en la entrevista «que en todos os anos nos que andiven ao mar». Y eso que su experiencia incluye temporales. «Tiña bastante calma, porque o segredo era deixar ir o barco, non navegar contra a marea», subraya. En la nefasta galerna de 1961, el Mary Loly Grela, que pertenecía a su familia, se hundió con sus trece tripulantes.

Vale se enorgullece de que la gran mayoría de los buques que gobernó fueron rentables, pero recuerda también que por su inexperiencia en algún caladero no fue capaz de sacar partido a la pesquería del pez espada.

Al igual que su maestro, Eduardo quiso enseñar a sus compañeros. Pero, asegura, se llevó un desengaño. «Tentei amosarlle todo a quen faenaba comigo, pero houbo quen se aproveitou para enriquecerse fastidiándome a min», lamenta. Por eso, adoptó la premisa de que el patrón, en una época sin la actual tecnología y en la que —quizás más que nunca— su experiencia y conocimientos constituían un tesoro, debía «saber todo da tripulación, pero non deixar saber aos demais demasiado de si mesmo».

Años más tarde, cuando ya tenía tres de sus cinco hijos, Vale estudió para obtener la titulación de patrón. Entonces se abrió otra puerta, la de otro posible giro de guion en su historia. «Os profesores ofrecéronme formarme como capitán, porque me dixeron que era válido, pero tiña que alimentar moitas bocas», indica. «Ese foi un momento no que quizais puiden estudar outra cousa e deixar a pesca, pero non coñecía outro mundo. E seguín», apunta.

Con todo, señala, «a pesca non me acabou de gustar nunca. Sufrín moito e nunca quixen que os meus fillos collesen o mesmo camiño», expone. ¿Lo más difícil de todo? Las interminables jornadas de trabajo, saberse enfermo en el barco y tener miedo de no poder ser atendido a tiempo o estar lejos de los suyos, responde. «O mar é moi duro. Non é para os homes, é para os peixes», concluye.

«Nos barcos de vapor tiñamos que quitar cascudas da calor que ía»

Hablar con Vale supone entrar en una máquina del tiempo. Para recordar cuando una marea en Gran Sol daba para comprar un Volkswagen Passat. O cuando la necesidad del descanso no estaba contemplada en las empresas pesqueras. Gobernando un barco de altura, propuso a un armador que contratase a otro patrón y repartiese el sueldo entre dos, con turnos de trabajo alternos de seis meses. Al menos para pasar una parte de la Navidad en casa, «aínda que a min gustábame máis estar para Fin de Ano que para Noiteboa, porque me divertía máis», ríe. A la oferta, el empresario «dixo que si, pero que só ía custear a Seguridade Social dun dos dous. Daquela funme», explica.

La conversación deja también anécdotas de las antiguas embarcaciones de vapor, «que queimaban fuel. Ía tanta calor que tiñamos que quitar as cascudas de enriba», señala. Cuando la hija de Eduardo, entonces una niña pequeña, vio llegar a puerto el buque de su padre, tiznado y echando humo, preguntó si llegaba «nese barco tan feo». Un armador de la familia Cerdeiras, de Camariñas, sonrió: «E logo que pensabas, que teu pai pescaba nun transatlántico?».


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