Las ruinas de la industria en Vilagarcía
Arousa
El declive empresarial deja un panorama desolador donde antes hubo pujanza
18 Jan 2015. Actualizado a las 04:58 h.
Han tenido que sonar todas las alarmas en Lantero para que Vilagarcía fuese consciente de lo que perdía. Pero antes del ERE que se hizo efectivo con medio centenar de despidos en la fábrica cartonera fueron muchos los avisos de que la actividad industrial en Vilagarcía, que hace unas décadas daba una imagen de pujanza que ya forma parte de la historia, entraba en una situación sin vuelta atrás que ha dejado un panorama desolador en las ruinas de lo que en otros tiempos fueron centros industriales con una febril actividad empresarial que daba de comer a muchas familias en la localidad arousana.
Para explicar lo ocurrido es necesario remontarse a muchas décadas atrás; un siglo en concreto, a la época en la que los concellos de Vilagarcía, Vilaxoán y Carril unieron sus destinos. Por aquel entonces, el puerto carrilexo era un referente en Galicia del que salían barcos cargados de emigrantes para América y en el que desembarcaban todo tipo de productos llegados por mar. Todo ello dio lugar al asentamiento en la villa -la primera gallega con línea férrea- de un importante número de fábricas y empresas. En Carril había metalurgias, curtidurías y fábricas de jabones. En total, unas 25 empresas que se beneficiaban de la existencia de una aduana.
Hoy, los lugareños apenas pueden recordar aquel esplendor viendo las ruinas de la conservera Malveira. Nada queda de lo que fue Fundiciones Alemparte, de la conservera de Baltar, de Noroeste SA, de Mequinsa o de Gil. Como honrosa excepción que confirma la regla, sigue trabajando Fundiciones Rey, que dio sus primeros pasos en Carril aunque ahora tenga la fábrica en Rubiáns. De aquella pujanza de antaño no quedan ni los restos, porque en los solares que antes ocupaban las industrias se levantan ahora urbanizaciones residenciales.
Peor es todavía la situación en Vilaxoán. Los conserveros catalanes la convirtieron a finales del siglo XVIII en una potencia industrial de primera magnitud, primero con la salazón y luego con la conserva. Esas industrias quedaron posteriormente en manos de empresarios locales que mantuvieron la pujanza durante unas décadas, pero que luego cerraron o vendieron sus fábricas a inversores foráneos que con el tiempo demostraron que entre sus intereses no estaba asentarse en la villa. Y así pasó lo que pasó con la nave de Peña, que quedó en manos de Alfageme y luego cerró, o más recientemente con Cuca, vendida al grupo vasco Garavilla que trasladó la actividad a O Grove y cerró la fábrica matriz. Como símbolo de aquel esplendor que hoy es ruina quedan las desnudas piedras de la Atlántica, que en la Segunda Guerra Mundial fue una moderna y pionera fábrica química.
El centro de la ciudad no se libró tampoco de ese progresivo deterioro. Primero fueron los talleres de Renfe, que fabricaban material para toda la línea férrea gallega y que cerraron sus puertas en 1992. Mucho más reciente fue el traumático cierre de Megasa, adquirida por Ardagh en el 2011 y que, tras deshacerse de 85 trabajadores, trasladó la actividad a su planta en Meis.
Lantero sustituyó sus viejas instalaciones de Rosalía de Castro a una moderna planta en O Pousadoiro. Pero su futuro está también en el aire.