La Voz de Galicia

«Fumé un porro una vez y dejé de ser yo»

Arousa

carlos punzón vigo / la voz presidenta de la fundación Érguete

Advierte que no esconde lo que piensa, incluso en el consejo del Celta, donde no le han dejado dimitir

06 Oct 2019. Actualizado a las 05:00 h.

Es y será para la historia la más reconocible de las madres coraje, aquellas madres contra la droga que se apostaban frente a los locales en los que se vendía a sus hijos y a otros hijos aniquiladores de vidas en polvo. Pero Carmen Avendaño es más que aquella heroína con su lucha llevada al cine o a los capítulos de Fariña, que, con firmeza, asegura no haber visto. «Me da vergüenza».

Carmen fue la hermana mayor de diez hermanos, la que vigilaba que los demás hicieran los deberes y tuvieran la casa familiar de O Calvario ordenada. «Siempre les levantaba los castigos, me daban pena». Fue estudiante en la Escuela de Comercio hasta que en tercero se cansó de aprender con libros prestados. Avendaño también es la mujer que se empleó en los comercios del grupo Almacenes Romero, y la que se casó a los 20 años y lleva toda la vida con Jaime, que escucha y asiente. También es la que empezó a sentir la fiebre política con el PCE pero que se afilió, como su abuelo, al PSOE. Fue incluso la primera presidenta de una asociación de vecinos de Galicia, la de Lavadores en 1979.

Avendaño, además de ser ahora la presidenta de la fundación Érguete, fue la pequeña empresaria que montó un taller de fabricación de pantallas de lámparas, que enviaba solo para Galos 200 a la semana. Ella fue la concejala de Vigo y después de Cangas, de cuando parecía que el PSOE nunca volvería a tener representación allí tras la revuelta contra Lois Pena.

Ella es la bisabuela, abuela, madre y madre coraje de los hijos que le hicieron luchar contra la droga y recorrer media España por las cárceles de Galicia, Andalucía, Barcelona, Teruel... detrás del rastro penal de los suyos y de otros que necesitaban aliento, «porque a un hijo hasta lo puedes echar de casa si te roba o te destroza para drogarse, pero si acaba en la cárcel, ahí no puedes fallarle». Carmen revela que no solo atendía a los presos, también a sus parejas. «¡Cuántas llevamos a abortar en aquellos años a Oporto! Eran niñas, adictas muchas también, que en un vis a vis se quedaban embarazadas. ¿Qué futuro les esperaba a aquellos niños?», se sigue preguntando.

«Mi madre servía la comida a los diez hijos y siempre dejaba uno de los platos vacío. Decía que no llegaba para todos. Entonces cogía con el cucharón un poco de cada plato para dar al que no tenía nada». Y en eso sigue Avendaño, en ayudar como puede. Sus reuniones y conversaciones telefónicas dan cuenta de ello.

Carmen habla, incluso a los que la rodean y no conoce, pero que ponen mirada de saber de quién se trata. «No acabo de asumir ser tan famosa. Yo no me encuentro gente, a mí me encuentran».

Sí se encontró, sin embargo, una vez a Esther Oubiña, la mujer ya fallecida de Laureano, con quien las tiene tiesas en el juzgado. «Volábamos a Vigo y coincidimos una al lado de la otra con solo el pasillo por medio. Ella, fría; un témpano. Y al llegar a Peinador no lo pude evitar. Me puse a su lado y acercándome al oído le empecé a insultar gravemente. Ella seguía andando, y yo detrás, sin parar de hablarle a la oreja. No dijo nada. ¡Fría, muy fría!», infinitamente más que el dueño de un bar de la calle Lepanto de Vigo que le dio un puñetazo por manifestarse ante su local.

Y es que Avendaño dice exactamente lo que piensa. Se lo dijo a los jóvenes a los que en los setenta vio por primera vez esconderse en Lavadores para fumar algo. «¿Qué fumáis?», les increpó. «Un porro. ¡Es mejor que el vino!», le dijeron riendo.

Un día, harta, tras encontrarse una china de uno de sus hijos en casa, le pidió a un cuñado que le liara uno. «¡Quiero probarlo de una vez!, no puede ser para tanto, todo es sugestión», argumentó a su familiar para convencerlo. «Pero no. Estaba haciendo la comida y todo me empezó a dar vueltas. Dejé de ser yo, y me costó controlarme».

Tras décadas de pelea contra las drogas, hoy piensa que «no fue casual que al principio se introdujese la heroína sobre todo en barrios de hijos de trabajadores», especialmente donde la efervescencia política y sindical era más intensa.

Es apasionada, de la vida y del Celta, donde mucho tiempo fue la única mujer de su consejo de administración, y «la única de izquierdas también», dice riendo. «Son bastante conservadores». Confiesa que trató de dimitir hace nada y así se lo planteó al consejo. «No me dejaron y eso que allí yo también digo lo que siento, como cuando fui la única que votó en contra de la compra de Balaídos. Una ciudad no puede desprenderse de bienes públicos».

 


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