La Voz de Galicia

La dorna del doctor Carús

Arousa

el callejón del viento J.R. Alonso de la torre redacción / la voz

Charlando en la plaza de Galicia con Koso, Ribera y Bandín y cenando con Ian Gibson en el Pepe Quilé

25 Jun 2023. Actualizado a las 05:00 h.

Manolo Koso, entrañable industrial vilagarciano del tiempo en que los empresarios todavía no se llamaban emprendedores. Manolo, González Rollán de apellido, pero Koso de remoquete de cuando inventó un refresco mejor que el Kas y como no lo podía llamar Kas, lo llamó Koso y triunfó. Manolo Koso, el del pacto del cocido y el CDS, bancario y voz cantante y cojonera en la Cámara de Comercio. Me encontré con él en la plaza de Galicia, dónde si no, en esa llanura de hormigón, cemento y fuentes que convierten en una delicia pasear por Vilagarcía, pero claro, yo vengo esporádicamente, de turista o algo así, y dedico mi estancia en la ciudad a pasear. Mi amiga Maika, de Vilaxoán, no está tan contenta porque cada vez que viene con su Peugeot a Vilagarcía tiene que pagar para estacionar.

A uno le puede el placer de deambular y no tiene en cuenta el factor estético como Chaves, pintor, artista con buen gusto y mejor conversación, que me hace reflexionar sobre esta apoteosis de hormigón y dureza urbana en que se ha convertido el centro de Vilagarcía. En fin, la eterna disputa de la peatonalización y la manera de llevarla a cabo, que, en Vilagarcía, como era de esperar, dura, y dura, y dura. He escrito mucho sobre peatonalizaciones en varias ciudades. En todas había polémica al principio, resignación después y aceptación entusiasta al final. En Vilagarcía, cualquier decisión que afecte al caminar tiene una repercusión temporal que se extiende a lo largo de varias legislaturas.

El otro día, escribía en 16 periódicos regionales una columna sobre ciudades con leyes y disposiciones extravagantes. Una es Cáceres, la ciudad donde nací, cuyo fuero medieval especificaba que, si un ciudadano no saludaba a otro por la calle, sería multado. Otra es Zamora, ciudad donde estudié, cuyo PGOU exige desde 1986 que se instale un bidé de manera obligatoria en cada cuarto de baño, y, por último, la más rara y singular: Vilagarcía de Arousa, donde una disposición municipal de los años 50 obligaba a los viandantes, so pena de multa, a caminar siempre por la derecha, y otra disposición del ayuntamiento, esta ya del siglo XXI, inspirada por el grande en todos los sentidos, y muy querido concejal, Cholo Dorgambide, avisaba de que los peatones que se detuvieran en las aceras para charlar formando grupo e interrumpiendo el tráfico vecinal recibirían una sanción.

Una ciudad que dicta disposiciones tan específicas sobre el paseo y el callejeo ha de ser por fuerza una ciudad en la que los vecinos son felices en las calles, plazas y avenidas. Y así fue como me encontré en la plaza de Galicia con Manolo Koso, que, a pesar de haberse caído por las escaleras de la estación y haberse roto algunas costillas, parecía estar en forma, aunque, como es norma a partir de los 80, no permite que le digas que está en perfecto estado de revista, se enfada y te echa en cara una ristra de achaques.

Lo más divertido fue que, al instante, nos encontramos con José Luis Rivera Mallo, que, como dice todo el mundo, está como siempre, o sea, estupendamente. Las malas lenguas desvelan que ha hecho un pacto con el diablo, pero no, sucede, simplemente, que se cuida. Y para que no faltara nadie, acertó a pasar por la plaza de Galicia Ramiro Bandín, que fue el líder moral de la oposición furibunda a Rivera en la década de los 80. Otro que se conserva muy bien.

En vista de que aquello estaba degenerando y temiendo que acabáramos montando un pleno municipal vintage, nos disolvimos y un servidor se acercó al lugar donde suelo alimentarme durante los días vilagarcianos: Pepe Quilé. Fue allí donde Quico Redondo me presentó a Carmela, el alma de la cocina y del negocio, que ha conseguido sacar adelante la tapería a pesar de tantas dificultades emocionales. Basta comprobar lo difícil que es conseguir mesa un simple miércoles en temporada baja para reconocer que el lugar tiene algo.

En una de las paredes del comedor, aparece estampada en grande una foto de la dorna del doctor Carús, que se llamaba Nai. Como saben, el doctor Carús, además de dar nombre a unos jardines en Trabanca Badiña, situados junto a su casa de siempre, fue un dentista renombrado y resulta que Pepe Quilé, hijo de un popular guarda muelles vilagarciano y padre de Carmela, era el protésico dental del odontólogo vilagarciano. Además de colaborar laboralmente, eran buenos amigos y la foto inmensa de la dorna Nai lo corrobora presidiendo el bar, restaurante y tapería Pepe Quilé, donde el hispanista Ian Gibson disfrutó, tras presentar su biografía Un carmen en Granada en la Feira do Libro, de unos berberechos al vapor, unas almejas a la marinera y un arroz con chocos de la ría y zamburiñas que va a tardar en olvidar.

Me habían dicho que Gibson era un tanto especial y un poco difícil, pero por lo que vimos aquí, pareció un señor adorable de trato afable y cariñoso. Se fue encantado de Vilagarcía, pensando que este sería un buen sitio para escribir, pero ya en otoño, con la lluvia irlandesa rebotando en el hormigón peatonal y Manolo Koso, Rivera y Bandín recogidos en casa.

 


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