Cuando para trabajar en Renfe había que ser hijo de ferroviario y estudiar en Vilagarcía
Arousa
Los antiguos alumnos de la escuela de Renfe en Bamio visitan el pazo Rubiáns
La 28 promoción de la escuela de Bamio celebró su encuentro anual en la ciudad arousana
25 Sep 2023. Actualizado a las 20:09 h.
Proceden de Madrid, Albacete, León, Santander y Galicia, entre otros puntos de España, y hace cincuenta años llegaron a Vilagarcía para aprender el oficio de ferroviarios en el hoy centro de formación del Instituto Social de la Marina situado en Bamio. Constituyen la 28 promoción de aquella escuela que abrió sus puertas en 1966 y el viernes volvieron a la ciudad para celebrar su duodécimo encuentro anual. Es la segunda vez que se dan cita en Vilagarcía y para la ocasión se reunieron 35 personas entre antiguos alumnos y acompañantes. A la hora de referirse a ellos debe conjugarse el verbo en masculino porque en aquella época, para entrar en esta escuela, había que ser hombre e hijo de empleado de la Renfe, y así se fraguaron sagas como la de Carlos Abellán Ruiz, cuyo padre y abuelos fueron ferroviarios antes que él.
El oficio ha cambiado mucho en un siglo, más desde el cierre de vías en 1985. Hasta entonces, Renfe era la principal empresa del país con 120.000 empleados, muchos de los cuales salieron de las aulas de Bamio donde impartía clase, por ejemplo, Pepucho. Una feliz casualidad hizo que, medio siglo después y con 81 años, el maestro de dibujo se reencontrara este fin de semana con sus antiguos pupilos mientras caminaba por el paseo marítimo de Vilagarcía.
Es una de las anécdotas que deja un encuentro en el que los participantes, además de rememorar batallitas, aprovechan para hacer turismo. Su primera parada ayer fue en el pazo de Rubianes y la agenda hasta esta tarde incluye visitas a Combarro y a Cortegada.
Las nuevas tecnologías facilitan que puedan mantener el contacto —en el grupo de WhatsApp son alrededor de cincuenta—, pero no por ello renuncian a verse al menos una vez al año para hablar de los viejos y de los nuevos tiempos. Los adolescentes de entonces hoy peinan canas, de modo que las conversaciones giran entre los recuerdos cocinados en la habitación gigante llena de literas y de taquillas en la que dormían a la última ocurrencia del nieto más pequeño de la casa. «Es una ocasión para confraternizar», apunta Carlos Abellán, y, de paso, mantener viva una herencia vivencial que a las nuevas generaciones le es totalmente ajena.
Pocos saben que en las instalaciones de Bamio se estudiaba mecánica y electricidad y que de allí salieron maquinistas, maestros ajustadores y controladores de las señales de las vías, faceta esta última de la que quedaban exentos los daltónicos. «La selección para entrar era dura y había que pasar un reconocimiento médico». Y una vez matriculado no solo había que hincar los codos para aprobar, «también había notas por la actitud».
Acudir a aquella escuela que funcionaba en régimen de internado y estaba situada en la esquina del mapa se convertía para la mayoría de los alumnos en un viaje iniciático que no siempre resultaba una experiencia fácil. «Se cultivaba mucho la disciplina y la responsabilidad», y eso, apunta Abellán, forjó «a gente de provecho». Con su jubilación —los que no se han retirado están a punto de hacerlo— se van unos trabajadores que asistieron en primera línea al cambio que supuso pasar de los trenes con asientos de escay a los vagones con carga para móviles y la alta velocidad. Pero la memoria de la historia de Renfe sigue vive gracias, entre otros, a Carlos Abellán, que hace didáctica y divulgación desde la presidencia de la Asociación Compostelana de Amigos del Ferrocarril y la sección española de la Asociación Europea de Ferroviarios. Su último proyecto es la exposición conmemorativa de los 150 años de la primera línea ferroviaria de Galicia, la de Cornes a Carril, que está dando mucho que hablar estos días.