La mochila naranja de Nueva York
Arousa
A partir del 15 de junio, empiezan a llegar los veraneantes y a hacer compras incomprensibles
16 Jun 2024. Actualizado a las 11:26 h.
Tengo una mochila naranja que causa sensación. Yo diría que más que naranja es mandarina. Un color restallante, llamativo, que se ve enseguida y llama la atención de todo el mundo. «Mira el tío ese, la mochila que lleva, no la perderá, no», dice la gente con sorna y, ¡qué caramba!, con envidia. Cuando voy a ver a mis padres, se ponen nerviosos si llevo la mochila naranja, no les parece serio que un señor maduro vaya por la calle con tanta indiscreción a la espalda. Ya no estiman convenientes las mochilas, cuanto menos de color naranja. Ellos preferirían que portara una cartera de piel, aunque la llevara en bandolera. Pero claro, mis padres son un poco antiguos y cuando empecé a trabajar me regalaron un maletín de cuero marrón para que fuera a clase. Ya se imaginan el ridículo que hice a mis 24 años yendo al instituto de Fontecarmoa con un maletín de cuero. Si hubiera llevado la mochila naranja, hubiera triunfado. Además, a aquella edad, tanto el utensilio como el color hubieran concordado con el contexto. «Pero a tu edad, ¿a quién se le ocurre llevar a la espalda esa mochila tan provocativa?», argumenta mi padre y yo replico: «No es llamativa, papá, simplemente es sugerente».
Mi mochila naranja tiene un bolsillo exterior con cremallera y otro interior también con cremallera. Cuenta con un receptáculo interior con lengüeta y ya está, no tiene más. Lo que la distingue, además del color, es una etiqueta de goma dura, también anaranjada, pero menos, donde se puede leer: «A. G. Spalding & Bros. 1876. New York». Sí, efectivamente, mi mochila no es china, vietnamita ni española, mi mochila es neoyorquina, pero la compré en Vilagarcía. Es uno de esos productos que compramos los veraneantes en agosto, una compra que jamás haríamos en nuestras ciudades de origen en octubre, pero que en Vilagarcía y en agosto nos parecen productos necesarios y, qué caramba, son tan llamativos y distintos que dejan bien claro que has ido de veraneo y te has comprado un chubasquero verde gusanito en Madison, un chándal irrepetible en Mobu, un gorro molón en Paralel Store o unos zapatos, que solo se encuentran en las altas boutiques de calzado de Serrano, en la zapatería que siempre será para mí y para tantos, la tienda de Yosu. Y a presumir de compras distintas en Zamora, en Ávila y en Badajoz.
Un gran bazar, pero pijo
Vilagarcía, en verano, es como un gran bazar chino, pero pijo. Los bazares, hasta ahora los chinos y desde hace un par de años, también los alemanes, son esas tiendas grandes en las que entras a por unas arandelas y descubren que necesitas un montón de productos que no imaginabas. Querías arandelas y sales sin ellas, pero con una cuchara para kiwis, un pulverizador de aceite, una estación meteorológica y varios cachivaches que deben de ser muy útiles: no te ha quedado muy claro para qué sirven, pero ya lo descubrirás en casa.
Pues Vilagarcía es así, pero a lo grande. Mi madre, cuando venía, se asombraba porque decía que ella no había visto ferreterías así en ningún sitio. Yo le aclaraba que es que ella solo iba a las ferreterías aquí, pero buena es mi madre, así que yo la dejaba que fuera haciendo propaganda de Vilagarcía, la ciudad de España con mejores ferreterías.
Los turistas, que empezarán a llegar a partir de la quincena que hoy comienza, disfrutan mucho en la ciudad porque es un gran centro comercial, pero en la calle. Se asombran de que en un lugar con 40.000 habitantes haya todas las franquicias que tienen en sus grandes capitales de 400.000. Aunque lo que les deleita por encima de todo son las tiendas inexplicables, esas que ofrecen zapatos de 300 euros, chándales de 200 y mochilas naranja de 100. Caprichos de veraneante que, opinan ellos, dan caché a Vilagarcía y nosotros no les llevamos la contraria ni nos reímos de sus compras extravagantes y lujosas porque, qué caramba, a nadie le amarga vivir en una ciudad con caché, aunque no sepamos muy bien qué quiere decir eso, pero malo no debe de ser.
Ya han descubierto que mi mochila naranja cuesta 100 euros. O sea, otro capricho de veraneante pijo por muy de New York que sea la susodicha. En realidad, 100 euros era su precio inicial. Me enamoré de ella, pero me parecía cara y el primer verano no la compré. Esperé un año y al agosto siguiente, seguía ahí, pero rebajada a 80 euros. Era tan naranja, tan naranja que nadie se atrevía a comprarla. Evidentemente, 80 euros seguían siendo muchos para una mochila. Así que esperé otro año y el verano siguiente, me la llevé por 50. Ahora va conmigo a todas partes y, por mucho que se mosqueen mis padres y me desprecien los paseantes mustios de provincias, sé que me ha rejuvenecido.
¿Que dónde compré la mochila? Naturalmente, en Nartallo, la tienda más fascinante que he conocido, el paraíso de los aparatos preciosos que tienen que explicarte para qué sirven. Allí he comprado un cascanueces de porcelana, un pelador de ajos inoxidable, un muñequito bafle, una cesta de meriendas que parece parte del atrezo de Downton Abbey… Y mi mochila naranja de Nueva York.