El sueño de ser profesor, más vale tarde que nunca
Cambados
Alfredo Vázquez Oliveira está dispuesto a renunciar a su plaza fija a los 48 años y se pone a estudiar oposiciones
24 Jun 2018. Actualizado a las 08:43 h.
Reciclarse o morir. Si esta máxima se toma al pie de la letra, a Alfredo Vázquez Oliveira le queda mucha vida por delante. A sus 48 años afronta un máster de investigación literaria y teatral y se va a poner a preparar oposiciones porque no renuncia a su sueño: ser profesor en la universidad. Para ello está dispuesto a dejar un trabajo de esos por el que suspira la mayoría: plaza fija en el Concello de Cambados en calidad de técnico del departamento de Deportes. Un puesto que da estabilidad económica y laboral y que, entre otras cosas, le permitió sacar adelante, por la UNED, el Grado de Lengua y Literatura Española con una nota media de 8,4 y doce matrículas de honor.
A Oliveira, como le llama la mayoría, no le da miedo dejar su zona de confort y por eso lleva años hincando los codos a razón de seis horas diarias en las épocas más duras. Como atleta que fue, sabe bien del valor del esfuerzo, y a él su premio le llegó hace unos meses, con motivo de su trabajo fin de carrera, que le permitió entrevistar a la directora de la Compañía de Teatro Clásico, Elena Pimenta. Para él fue un sueño, dice, y a ella le saltaron las lágrimas de la emoción.
Su espíritu inquieto -en sus años mozos empezó cuatro carreras y no terminó ninguna- le obliga a autoimponerse una disciplina estoica y espartana a la hora de sentarse ante los libros, aunque eso no le quita de algunos vicios. Quién lo diría de un hombre que lleva corriendo casi toda su vida y tiene campeonatos de Galicia y España por equipos en su palmarés. Con el paso de los años se ha convertido en un fumador compulsivo, y a la vista del ritmo que le espera, no lleva trazas de rebajar su marca de una cajetilla diaria. La culpa, dice, es del estrés que le provoca el estudio y ese Real Madrid de sus amores que tanto le hace sufrir. Madridista fue su padre y lo es ahora su hija, y por Di Stéfano le pusieron el nombre de Alfredo. Se lamenta de que los merengues le dan muchos disgustos, a pesar de su palmarés en la Champions, «pero das sete finais, a única que fun quen de ver enteira foi a de este ano». Con la Roja lo lleva mejor. «Gústame que gañe España, pero, se perde, ceo tranquilo».
Por afición y por oficio, Oliveira vive muy de cerca el deporte, lo cual lo convierte en una voz autorizada a la hora de hablar, por ejemplo, del fenómeno del running o de la situación del deporte base. Sobre esa moda que ha llevado a medio país a echarse a correr, ve una parte buena y una parte nefasta. «Estase convertendo nunha obsesión. Xente que nunca fixo deporte, ponse a correr con corenta anos e acaban feitos po muscularmente. Póñense a facer dietas, están pendentes das marcas, planifican a súa vida en función dos adestramentos..., é incrible, hai carreiras populares que xa fan controis antidoping», comenta.
Frente a esta situación, opina que habría que apostar mucho más por la cantera, como están haciendo los clubes de fútbol, baloncesto y voleibol de Cambados. Mención aparte le merece el club de atletismo, «que baixo a directiva de Nando Rey está facendo un labor marabilloso».
En calidad de trabajador municipal, Oliveira ha visto pasar a cuatro alcaldes y a cinco concejales de Deportes. La mejor época, dice, fue con Cores Tourís en la alcaldía, Aragunde de segundo y Fernando Pombo al frente de la delegación de Deportes. Del concejal actual, Víctor Caamaño, no tiene más que buenas palabras. «É unha persoa intelixente e respectuosa cos traballadores». Pero eso no quita para que quiera dejar el Ayuntamiento. «Coas empresas especializadas no ámbito de deporte e un concelleiro con dedicación exclusiva, a figura do técnico municipal empequenece bastante».
Ahora, su prioridad son los estudios, tanto que hasta tendrá que dejar aparcada su otra pasión: viajar. Conoce bien el Caribe, Europa..., pero si tiene que elegir un destino se queda con Nueva York, esa ciudad literaria y cinematográfica donde las haya. Quizá sus lecturas de Manhattan Transfer o las películas de Woody Allen hicieron que sublimara la meca de los rascacielos, pero no le cansa. Volvería una y otra vez, siempre con un libro bajo el brazo. En su biblioteca no falta la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez, Neruda; en teatro, sus indispensables son Calderón, Lope y Valle-Inclán, y en novela, sus iconos son el Quijote y Gabriel García Márquez.
Le preocupa el desapego por la lectura que existe en la sociedad, especialmente entre los más jóvenes; que siga imperando la pedagogía memorística a la hora de estudiar a la Generación del 27, o que la Filosofía quede relegada de los planes de estudio. Pero hay esperanza. Las humanidades resisten, él es un buen ejemplo.
Lo que sí se le resiste a nuestro protagonista es la cocina. «Eu son de sota, cabalo e rei», pero la pasta es muy socorrida, de modo que nos recibe con unos energéticos tallarines con carne. Mens sana in corpore sano, aunque con más nicotina de la recomendable.