Benavente: el primer y sangriento ajuste de cuentas del narcotráfico gallego cumple treinta años
Vilagarcía de Arousa
La organización que comandaba Pablo Vioque se quedó con parte de la cocaína de un alijo frustrado. Aquello le costó la vida a José Manuel Vilas, uno de sus hombres de confianza, tiroteado por sicarios colombianos en 1992
18 May 2022. Actualizado a las 16:51 h.
Martes, 17 de marzo de 1992. Cinco menos cuarto de la tarde. Cuatro hombres se dan cita en el parque de la Mota, en Benavente, a un paso del Parador Nacional de Turismo de ese cruce de caminos que es la ciudad zamorana. De repente, dos de ellos desenfundan las armas que portaban y la emprenden a tiros con los otros dos. José Manuel Vilas Martínez, tesorero de la Cámara de Comercio de Vilagarcía de Arousa y empresario del ramo de los productos químicos, caía abatido por tres disparos. Uno de ellos le había atravesado un ojo. Su primo Luis Jueguen Vilas, vicepresidente del ente cameral, se escabulló por piernas tras la primera detonación, esquivando las balas sin que apenas una esquirla le alcanzase.
Cuando Vilas Martínez fue ingresado en la residencia Virgen Blanca, de León, estaba ya en las últimas. Fue allí donde expiró, horas más tarde. Jueguen tuvo más suerte. Logró alcanzar la estación de autobuses y coger el primer bus que salía para Galicia. En Santiago le aguardaba el patrón. Pablo Vioque Izquierdo, narcoabogado, secretario de la Cámara y líder de su propia organización, lo recogió en su Mercedes para llevarlo de vuelta a la capital arousana. Probablemente en aquel corto viaje ambos urdieron la absurda explicación que el superviviente ofreció a la policía sobre lo ocurrido: una discusión acerca de fútbol con unos clientes. Los balones y los banderines, que los carga el diablo.
Aunque hubo otros antes, como el del tipo al que el ex guarda civil Orbaiz metió a puñetazos en la cámara de un camión frigorífico en Rubiáns y escapó por los pelos, el de Benavente fue el primer ajuste de cuentas verdaderamente sangriento vinculado al narcotráfico gallego. Desde el principio, los disparos de Benavente sonaron a venganza, pero la verdad solo comenzó a vislumbrarse cinco años más tarde, cuando Manuel Vázquez Vázquez, el patriarca del clan de los Piturros, decidió entregarse y cantar ante el juez Baltasar Garzón. Su confesión condujo a Vioque y a su grupo a prisión. Y, de paso, reveló que el asesinato estaba relacionado directamente con el alijo de 1,9 toneladas de cocaína que el buque Dobell transportó a Galicia en 1991 y acabó naufragando cuando los fardos habían sido transferidos ya a una zódiac en la ría de Cedeira. Aquel fue un verano muy movido en la villa coruñesa. Nunca tantas aspiraciones rodearon unas fiestas como las que se multiplicaron en la celebración de Nosa Señora do Mar en el caluroso agosto del 91. Porque al menos una parte del material perdido acabó llegando a las playas, mecido por las olas, y hay ocasiones que las pintan calvas.
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No solo los parranderos de Cedeira le echaron mano a los fardos. También a Vioque se le ocurrió sacar tajada de aquel fracaso. La cocaína la había puesto en circulación un clan colombiano, que con una lógica implacable exigió explicaciones. De un lote de récord, que duplicaba el volumen de los alijos que se estilaban a inicios de los 90, se habían salvado unos quinientos kilos. De ellos, el abogado cacereño entregó doscientos a sus propietarios e incumplió la que probablemente sea la única regla sagrada que impera en este negocio: no te quedes con lo que no es tuyo. El secretario de la Cámara se embolsó los trescientos kilogramos restantes para moverlos por su cuenta. Craso error. Quince kilos fueron incautados en Valencia el 11 de junio de aquel mismo año, y otros treinta en Madrid, días después.
Los colombianos, que no eran tontos, se habían olido la tostada. De hecho, Vilas —que estaba a punto de lanzar Pepe Vilas, su propia colonia— tuvo que torear en varios encuentros previos con los dueños de la cocaína. Existe constancia de una reunión en Sanabria, también en el parador, ambiente que debía gustarles a todos, cuatro meses antes de que aquellos manejos le costasen la vida al empresario arousano. La red que comandaba Vioque pretendía que Juan Carlos Sotelo, yerno del Piturro, se hiciese pasar por el capitán del Dobell y jurase que toda la mercancía se había perdido. A la vista de que el clima de la cita empeoraba por momentos, Sotelo optó por regresar de inmediato en el mismo taxi que le aguardaba en la puerta del establecimiento.
Aunque las diligencias abiertas entonces por el asesinato de Benavente fueron archivadas por falta de pruebas, su incorporación al juicio de la operación Dobell fue determinante para que a Pablo Vioque le cayesen 18 años en el 2003. Jueguen, el superviviente, tendría que haber cumplido quince, pero este hombre había demostrado tener olfato, y cuando fueron a por él se había esfumado, tal vez con destino a Argentina. Lo relató con pelos y señales Julio Á. Fariñas en las páginas de La Voz de Galicia.