No soy filósofo, pero sí estoy «tocado del ala»
Barbanza
28 Aug 2018. Actualizado a las 05:00 h.
En medio de este calor de agosto. Con una ardiente luminosidad cayendo sobre las primeras horas de la mañana, desayunas mientras lees el periódico. Y te detienes para reflexionar sobre algunas noticias. Tienes la sensación de que una fiebre de lo necrológico domina en el ámbito de la actualidad.
Uno viene de una tradición rural en la que era costumbre practicar la simple virtud de dejar que los muertos entierren a los muertos, de dejarlos descansar en paz. En cambio, ahora parece que abundan los/las que nunca se cansan de desenterrarlos para rematarlos. No habiendo conseguido perpetrar su asesinato simbólico ni su tarea de luto, no les basta con que los otros estén muertos, sino que, además, tienen la necesidad de desenterrarlos para empalarlos. A esto, según tienes entendido a través del filósofo Jean Baudrillard, se le llama complejo de profanación.
Baja lentamente la tarde cuando vas caminando hacia una aldea. Aunque adoras los geranios, en la esquina de una huerta: crisantemos violetas, blancos y amarillos, junto a un arbusto de hierbaluisa, frente a una finca de verdes y altos tallos de maíz. Después: perros, ovejas, caballos, gallinas y un festival de gorriones entre las hojas de una madreselva. «Esto es el campo», te dices. Y añades: «La filosofía no nació al lado de los regatos, ni en los prados, ni en los montes, ni en la costa, a orillas del mar...». Entonces, ese otro que sestea dentro de ti, te interrumpe y suelta: «Tú nunca fuiste filósofo. Solo te licenciaste en Filosofía e impartiste algunas clases de esa materia. Mas nunca has sido filósofo. Tú eres del rural. Aquí hay individualismo y alguna que otra ‘idea colectiva’. Recuerda que, según James Joyce, la ‘idea de revolución’ se le ocurrió a un campesino mientras descansaba tumbado sobre la hierba en la ladera de una montaña».
Aunque te fastidia, lo admites. En efecto, la filosofía nació, creció y se desarrolló en la ciudad. La ciudad de Dios de san Agustín así lo confirma. Dicho libro no es un tratado sobre lo sagrado, como de hecho se considera, sino que se trata de un tratado sobre el paiasaje urbano, paisaje diseñado por humanos, no por dioses. «Tampoco nunca has sido un político», interrumpe de nuevo ese carota que se baña contigo en pelotas, y que te remacha: «Porque no hay política sin polis». «Así es», lo frenas, a la vez que humillas su ego. Podría incluso parecer que los que nos hemos criado en el rural, allende la ciudad, seamos en cierto sentido extranjeros, sospechosos, enemigos de la urbe, del ágora, como planteaba Platón sobre los músicos y poetas.
Vuelves a casa cuando ya anochece. Sentados y alrededor de un banco del parque, un grupo de chavales y chavalas ríen y conversan. De repente, una moza comenta en voz alta: filósofos son aquellos maestros que están un poco «tocados del ala», y luego pregunta: ¿no es cierto? Pienso: en efecto. Yo no soy ni maestro ni filósofo, pero sí que estoy un poco «tocado del ala».