La Voz de Galicia

Feijoo y el mito de Narciso

Barbanza

José Vicente Domínguez

06 Apr 2023. Actualizado a las 12:30 h.

Un lugar llamado Madrid. La espada de Damocles sostenida por un hilo sobre el cuello de Feijoo y la señora Ayuso controlando ese fino hilo. En tal situación, es probable que suceda lo que les voy a contar.

Narciso (Feijoo) desconfiaba de la ninfa Eco (Ayuso), pero no sabía que la bella ninfa de los bosques y antigua cuidadora del perro de la vengativa Hera (Esp. Aguirre) estaba condenada a repetir las últimas palabras de todo cuanto le dijeran sus enemigos. También se sabe que Narciso lleva consigo una maldición: cuando se vea reflejado en el espejo, no podrá resistirse ante tanta belleza y esa será su perdición.

Digamos que al principio, Feijoo, cual Narciso, estaba feliz en su mundo ideal, pavoneándose frente a todos, con el activo de su galaico éxito electoral a cuestas. De pronto, se encontró con la ninfa Eco, la bella Ayuso, que acababa de destruir a Ares (Casado) con la ayuda de turbias artes de MAR (Miguel Ángel Rodríguez). Pero el osado Narciso (Feijoo) no la temió. Confiaba en sus propios éxitos y en su carisma de hombre moderado, arropado por las cambiantes y poco fiables baronías que le adulaban. Eran las mismas baronías que habían ayudado a lapidar a Ares (Casado); joven dios de la guerra, hijo del gran Zeus (Aznar) y desaparecido en combate.

Aclaración: En esta trama de la mitología griega, también se intentó incluir a M punto Rajoy, pero nadie sabía quién era. Prosigamos: Narciso, sabiéndose hermoso y querido, le confió a Eco su deseo de liderar el PP a nivel estatal. Y como si pensase en voz alta, dijo: «¿Y yo por qué no?». Y Eco contestó: «¡Porque no!».

Pero Feijoo, acostumbrado a mandar y con la contrastada prudencia que todos le suponían por haber cabalgado durante años sobre mayorías absolutas, no se inmutó. Mientras tanto, la ninfa Eco andaba a lo suyo y no le importaba que Narciso se pasease por el mundo metiendo la pata de vez en cuando, e incluso animándole a que acudiese al Senado, en donde Pedro (el cruel Hermoso) le atizaba más que Bruto a César. El confiado Narciso, con el orgullo de haberle dicho a Pedro una y mil veces no, volvía a preguntarse delante de Eco: «Ahora yo soy el líder ¿verdad? He debatido con Pedro y a todo le dije que no». Pero Eco, erre que erre, fiel y obligada por su condena, repetía la última frase: «¡Dije que no!». El pueblerino Narciso, todavía sin darse por aludido, aunque ya conocedor de que Eco siempre repetía las últimas palabras, insistió en que le predijese si tendría éxito al extrapolar su política gallega, fuera. Y a su pregunta, Eco contestó: «¡Fuera!»

Fue entonces cuando Narciso se rebeló. Se había obsesionado de verdad con la idea de liderar España. Para él y su ambición, Galicia era pataca menuda. Y a pesar de que sentía continuos toques en su espalda, no pensaba en la posibilidad de que fuesen ensayos de puñaladas de los Idus de Marzo. Así, Narciso (Feijoo), ansioso y despechado por las cortantes palabras de Eco, se atrevió a tomar posesión de Madrid por su cuenta y riesgo y se acercó al emblemático río Manzanares.

Aquel curso de agua no era nada en comparación con cualquiera de los mil ríos que riegan Galicia. Pero Narciso (Feijoo) se asomó tanto a la orilla que no pudo evitar ver su imagen reflejada, convirtiéndose así en la flor de narciso de que nos habla Ovidio. Cuentan que, antes de marchitarse, tan solo pudo exclamar: «¡Ayuuuusooo...!» Pero, esta vez, el eco no le contestó.

 


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