La Voz de Galicia

Museo de ti

Barbanza

Emilio Sanmamed

19 Oct 2023. Actualizado a las 05:00 h.

La semana pasada estuve en el Museo de Bellas Artes de Asturias, mi mujer y yo nos paramos frente a un cuadro de Dalí, Metamorfosis de ángeles en mariposa. Pasamos un rato contemplando la pintura del catalán, pensando en que aquel surrealismo no nos era ajeno del todo. No existen obras más extrañas que las que llevamos dentro. No existen museos más misteriosos que nuestra propia vida.

Hasta cierto punto somos museos andantes: tenemos habitaciones oscuras donde agonizan esculturas terribles y, en la siguiente sala, una galería dedicada a la luz. Y arte moderno y secuencias del absurdo. Épocas de bohemia, colores de infancia, miedo a la muerte... Ojalá pudiera visitar mi propio museo. Para entender cómo he llegado hasta aquí. Qué amigos perdí. Qué amor dolió. Qué me falta.

Ojalá pudiera visitar el museo de mis padres. Me imagino un par de enormes cuadros en el de mi padre y muchos cuadros pequeños en el de mi madre. El Louvre y la Casa Sorolla. Quisiera ver sus galerías para conocer sus caminos, comprender por qué hicieron lo que hicieron. Y quisiera pasear por el museo de mi mujer, la persona que más a fondo conozco y que, sin embargo, aún me sigue fascinando.

Soy afortunado, he visitado muchos museos. Pero ninguno me interesa tanto como el que se expone de la piel hacia dentro. Con sus tachones, con sus desatinos, con sus rarezas, con sus sueños rotos, sin gente sacando selfies, sin turistas en chanclas. Vivir es un arte. La vida es un museo y en este lienzo aún conservo la esperanza de que podamos convertirnos en un refugio para aves en días de tormenta.


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