El Langrina vuelve a empezar con un toque original y sin subirse a la parra
Mazaricos
El restaurante busca su hueco en Santiago tras su experiencia en Xinzo
10 Jul 2020. Actualizado a las 08:08 h.
Aunque el turismo ha ganado peso en la dinámica de Santiago, el calendario que sigue imprimiendo ritmo a la ciudad es inequívocamente académico. El verano compostelano, que saliendo del casco histórico es un solar, y el obligado cierre por la pandemia han impedido al restaurante Langrina cerrar un curso completo para coger velocidad de crucero.
?Sesé Novelle y Miguel Chapado venían rodados de Xinzo de Limia, donde tuvieron durante seis años un local con la misma filosofía y el mismo nombre, que hace referencia al hambre canina. Comparten negocio y vida familiar, con niños a los que había que darle una proyección educativa, así que Santiago fue su primera opción para empezar de nuevo. Arrancaron con calma a finales de abril del año pasado en un emplazamiento singular, la rúa Tras do Pilar, el pequeño callejón tras la iglesia que da acceso a la Alameda y que, tirando de coordenadas, está en el epicentro de los espacios urbanos sobre los que gira Compostela, el casco histórico, el Ensanche y el campus universitario.
Lo que en su día fue el Mazaricos ya había sido remodelado por los nietos de los antiguos dueños con un gastrobar, el Avelaíña, que ahora ha dejado su lugar a este proyecto que decorativamente hunde sus raíces en la comarca da Limia y en la tradición del entroido. Sin embargo, la cocina es una combinación bastante equilibrada entre todo lo que son productos más que reconocibles para un gallego pero siempre con un toque de distinción. «No me gusta hablar de cocina moderna, prefiero decir que le damos un toque original», explica Sesé, que es detallista hasta el extremo, cualidad que se nota en la presentación de las ensaladas o los postres, que son su especialidad. Miguel pone su mano en otras creaciones, como la empanada, los arroces o las tortillas, que en una versión mini se han convertido en la tapa más celebrada de la casa. «Todo lo hacemos al momento, no hay nada preparado con antelación», remarcan para destacar la frescura de su propuesta, que también se revela a diario con un menú cambiante por 16 euros en el que, ayer, por ejemplo, se podía elegir entre salmorejo, empanada de xoubas o ensalada de gulas y parmesano, para empezar; arroz meloso de langostinos, lubina al horno o entrecot de ternera de principal; y una esponja de chocolate o un canelón de melón como postre. En la carta arriesgan más, con ensaladas más sofisticados, hojaldres de boletus, solomillo con compota de manzana o librillos de boquerón con harina de garbanzos y pimientos de Padrón, platos que se prestan a compartir porque son generosos en cantidad.
El tique medio ronda los 25 euros, un precio contenido con el que no se suben a su propia parra, la que da sombra en una tranquila terraza ubicada al fondo del local y que debe aprovecharse en estas fechas antes de que dé comience su primer curso completo, en el que quieren sacar con nota ante los santiagueses.
Una terraza con parra que en tiempos del Mazaricos fue un campo de chave
Uno de los secretos peor guardados del Langrina es su terraza. El local, con una fachada que ocupa poco más de la puerta de entrada, tiene cuarenta metros de largo. Al fondo está la terraza interior, muy protegida y agradable como para arriesgarse a pedir mesa más allá de las cuatro noches calurosas de Compostela. La parra, los geranios y la cercanía de la Alameda y del Campus tienen mucho que ver con esa sensación de calma en un espacio que ahora está limitado a veinte personas por las restricciones sanitarias, pero que puede doblar su capacidad. Allí mismo, pero con tierra en el suelo, se jugaban partidas de chave en los tiempos del Mazaricos, el histórico bar que ocupó el bajo durante décadas.