La Voz de Galicia

Un mito bergantiñán del boxeo

Carballo

Eduardo Eiroa

En 1974 y 1975 fue campeón de España de los pesos wélter, colgó los guantes en el 79 para seguir trabajando como albañil y emigró luego a Fuerteventura

25 Jan 2009. Actualizado a las 02:00 h.

Imagine usted que un buen día decide cambiar los azulejos del baño, que llama a una empresa de albañilería para hacerlo y que le aparece por casa, enfundado en un mono azul y con un cubo de cemento en la mano, Manolo Santana. O Severiano Ballesteros. O Carlos Saínz. O Emilio Butragueño. Seguro que se llevaría una buena sorpresa.

Pues es posible, si tiene usted casa en Fuerteventura o en Carballo, que le haya pasado algo parecido sin que se diese cuenta. Tan injusta es a veces la historia y tan efímera, muchas más veces, la gloria.

La Costa da Morte también tuvo un gran campeón. Ahora su nombre, Raúl Añón Pose, no suena, pero hace 34 años salía en la televisión en blanco y negro. En 1974 levantaba los brazos después de vapulear a Francisco Rodríguez (no al diputado). Se proclamaba entonces campeón de España de los pesos wélter. Aquello pudo haber sido flor de un día, pero al año siguiente, en Zaragoza, el de Sísamo (Carballo) revalidaba el título.

Hoy podría ser entrenador de púgiles o algo semejante. Pero el boxeo perdió con los años el favor del público y él lo dejó para dedicarse a lo suyo, trabajar como alicatador. En su tierra estuvo una temporada dedicado a la albañilería, hasta que decidió dejar la Costa da Morte en busca de un mejor futuro, en su ramo, en Canarias. Desde 1997 vive en Fuerteventura y desde allí explica cómo un niño de Sísamo acabó repartiendo ganchos y conquistando dos títulos nacionales.

Nació en 1952 y poco después se trasladaría con su familia a Ponferrada. Su padre trabajaba en la minería. Allí, a los once o doce años, empezó a zurrarse en combates infantiles. Entonces eso no era políticamente incorrecto. Es más, recuerda, se practicaba sin guantes y se repartían tortas con la mano abierta. Casi nada. A esa tierna edad entrenaba ya en un gimnasio de halterofilia.

Unos años después cambiaría Ponferrada por Barcelona, donde trabajaba ya como albañil. Un amigo cordobés lo animó a seguir con el boxeo. Después del trabajo iba a entrenar. Y no le fue mal.

En 1972 optó por vez primera al título de Cataluña. El bergantiñán no lo conseguiría en esa ocasión, pero al año siguiente se quitaría la espinita. «Foi contra un tal Casado, era un pegador impresionante, de Sabadell, tiroume dúas veces, pero ao final gañeille aos puntos», cuenta. Fueron, dice, buenos años. Sobre todo el siguiente, cuando logró ante Rodríguez el título de España, en A Coruña, ante su público.

Durante una temporada dejó martillos y paletas aparcados y se dedicó a trabajar con las manos. Mejor dicho, con los puños. Al año siguiente revalidaría el título.

Entonces entrenaba todos los días en un chalé cercano a Barcelona. Comía bien, corría, se preparaba a fondo.

A lo largo de su vida, calcula, luchó en unos 500 combates, que se dice pronto. En los años que pasó en Barcelona -casi una década- se subía al ring cada sábado. «Se boxeabas e ías a traballar, ías queimado», cuenta. Por eso dejó el chollo a un lado.

Fueron años dulces y duros. «Levei ben delas, pero tamén din algunhas», recuerda haciendo gala de sano sentido del humor.

Su puño salió de España. Viajó con la selección nacional y combatió en distintos países. En Suecia y en Finlandia, cita como ejemplos. No llegó a ampliar el palmarés con cinturones europeos o mundiales por esas cosas que tiene a veces el deporte. Y es que algunos pretenden aprovecharse del que suda en la lona.

Su último combate, dice, fue en A Coruña en 1979. Por entonces, relata, un célebre promotor pugilístico, Martín Berrocal, le propuso llevarlo a combatir por el título europeo. Eso sí, a cambio de muy poco: «Queríame ter case pelexando gratis», explica Añón.

Y tablas tenía para haber engrosado el palmarés, porque en 1978 venció, a los puntos, a un histórico del boxeo, Perico Fernández, un hombre que había quedado dos veces campeón del mundo.

Sus vecinos, dice Añón, nunca apreciaron sus cualidades: «En Carballo, se perdías eras unha merda e se gañabas era por sorte», lamenta. Y eso, mientras admiradores de todo el mundo le enviaban cartas y le pedían fotos. Colgó los guantes en el 79 porque, pese a ser un gran campeón, tenía que trabajar para tener un futuro. Pensó en montar un gimnasio en Carballo, pero la idea no llegó a fructificar. Así que se dedicó, en su tierra, a lo que sabía hacer -además de boxear- hasta que hizo las maletas buscando un mundo mejor en Canarias en 1997.

Tiene casa y familia en Carballo, pero no sabe si volverá a su tierra. «O clima de aquí encántame, de momento», dice.

Buscando empleo

Raúl Pose Añón trabajó como alicatador durante los últimos años. Ahora, cuenta, es otra víctima más de la crisis. Canarias ya no es lo quera. La construcción en Fuerteventura también ha sufrido un frenazo, explica desde Puerto del Rosario, capital de la isla.

Su caso es, ahora, como el de otros muchos vecinos que se fueron a Canarias en los años dorados. El brillo de las islas se ha ido apagando, pero Añón cuenta que se queda y que sigue buscando, que algo siempre sale.

El cuadrilátero le queda ya algo lejos, y mira hacia atrás con nostalgia. Recibió las suyas, pero lo pasó bien. Más duras las da la vida, coincidirá el de Sísamo. Quién sabe qué sería de él ahora si llega a seguir adelante a finales de los 70. Quién sabe si no hubiera llegado a conquistar un título mundial, a cubrirse de gloria y a ingresar sus buenos dineros. Por el combate que más cobró, contra Perico Fernández, le dieron 80.000 pesetas. Cierto que en 1978 no estaba mal. Ahora, si usted llama a un alicatador, no le regatee la factura, ya sabe que quien tuvo, retuvo, y no vaya a ser.


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