La Voz de Galicia

Una operación judicial descafeinada

Corcubión

Xosé Ameixeiras

15 Apr 2018. Actualizado a las 05:00 h.

La sed de justicia, a veces, ciega la realidad. El pueblo siempre está deseoso de justicia. Lo sabían ya en la antigüedad. Además, como el poder y la virtud normalmente no casan nada bien, cuando la flecha de los juzgados apunta hacia los políticos, la verbena está asegurada. Viene al caso por la célebre operación Orquesta, por la que varios alcaldes, ediles, funcionarios y empresarios de la Costa da Morte quedaron durante largo tiempo imputados y algún munícipe hasta hizo noche en los calabozos. Algo desacostumbrado en una comarca en la que los chanchullos municipales formaban parte del folclore político tradicional. Ya nada ha vuelto a ser igual. Lo que antes eran montes de orégano, se pasó a la dictadura del informe de secretaría e intervención, sin que nadie se salte la letra de los artículos hasta la paralización de la vida municipal si hace falta. Por aquel entonces, los políticos implicados fueron puestos a los pies de los caballos tras el gran despliegue policial con, incluso, algún registro televisado casi en directo y a la vista de las cámaras. Se trataba del primer gran caso de corrupción municipal en Galicia. Los vecinos de los concellos afectados y de localidades próximas quedaban atónitos. De repente, el peso de la ley caía con toda su dureza sobre a cabeza de los imputados, que, a consecuencia de ello sufrieron también el desprestigio social que lleva aparejado este tipo de situaciones. Luego vendrían otros casos mucho más sonados, con más enjundia y con delitos supuestamente más flagrantes e importantes con dimisiones incluidas. Con respecto a los nuevos macroprocesos levantados en varias ciudades gallegas, la operación Orquesta perdió relevancia. Se quedaba en operacioncilla.

Lo cierto es que, una vez visto que la instrucción iba torcida y hubo de ser modificada para separar en piezas independientes las causas de cada concello, y las absoluciones de los imputados de Fisterra y Corcubión, el gran circo de la Orquesta se fue descafeinando de tal modo que el terremoto inicial se adivina ahora, cuando menos, excesivo. Se queda en charanga. Los músicos se desinflan y las flautas, de momento, solo sonaron a absolución.

El político debe actuar con rectitud y gestionar el dinero público con rigor. Los errores, a veces, se pagan con creces. Es duro llevar durante tanto tiempo el peso de un proceso. Ni el más sereno puede obviar el peso del dedo acusador y la mirada censuradora de la ciudadanía.


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