Migrantes, migrantes todos
Vimianzo
06 Oct 2017. Actualizado a las 05:00 h.
A veces, solo la literatura o la música son capaces de meterse dentro de uno para arrancar aquello que carcome, que duele de forma silenciosa. La literatura o la música saben llegar bien a esos espacios latentes, como una molécula dirigida a calmar el vacío o el dolor, como un buen dentista hace también con las caries. Laura Oso, coordinadora de la parte académica del congreso sobre emigración e inmigración que se está celebrando estos días en Vimianzo, decía esta semana en La Voz que, en Galicia, todos somos migrantes. Quien más y quien menos tiene un familiar, un amigo, un conocido que ha tenido que ir y venir. Incluso uno mismo.
«Había experimentado aquella sensación en muchos atardeceres, cuando era pequeño y su abuela le consolaba de la ausencia de sus padres asegurándole que el sol se ponía cada noche para atravesar el mar y encontrarse con su familia en la otra orilla.
-’Mándales un bico! A la mañana tendrás uno de vuelta!’, solía decirle en el puerto (...). Y en su mente de niño veía a sus padres y a sus hermanos recogiendo un beso que viajaba de oriente a occidente. Habían emigrado a Argentina cuando él era un crío. El viaje suponía una aventura a la que no quisieron someter al pequeño, así es que le dejaron con sus abuelos, bajo la promesa de que le mandarían llamar cuando les cambiara la suerte. Pero la suerte se hizo esperar demasiado tiempo y a Mateo se le acabó la paciencia. (...)».
Este fragmento de Tierra sin hombres, obra de Inma Chacón, será capaz de remover el interior de hijos de emigrantes gallegos quedados en tierra propia con los abuelos, migrantes de esos cuyo corazón iba para aquí y para allá, moviéndose entre quienes se habían ido -por buscarle un futuro mejor, seguro- y entre quienes le vieron crecer -con unos valores tan buenos que nadie se habría imaginado-. Migrantes para quienes las llegadas de padres ausentes olían a café en bote traído en medio de la ropa de una maleta. En una sola cabía todo, la vida entera. Suiza siempre tuvo un olor particular. «Maruja tenía la certeza de que su marido la amaba, sobre eso estaba tranquila, y de que hacía verdaderos esfuerzos por aparentar ser feliz, pero a veces le sentía tan lejos, tan ausente, que cuando se metía en la cama con él, muchas veces habría preferido ser una de tantas mujeres que tenían a sus hombres en la otra orilla del mundo. Echarle de menos sabiendo que los separaba un océano (....)», dice en otro fragmento Inma Chacón. Aquí hubo de esos matrimonios migrantes, en los que uno se fue y otro se quedó. Migrantes son los padres que sufrieron por separarse de sus hijos, por separarse ellos. Y migrantes somos quienes hemos tenido la fortuna de tener dos madres. Por esto está tan bien que un congreso analice aquello que todavía hace llorar.