La Voz de Galicia

Vida y muerte del Hotel Palas

A Coruña

Carlos Fernández

El céntrico establecimiento, donde se alojó Manuel Azaña,?fue testigo de medio siglo de historia de la ciudad

15 Mar 2009. Actualizado a las 02:00 h.

Comenzó llamándose Palace Hotel, pero la moda antiextranjera y autárquica de la España de la posguerra hizo que se cambiase a Hotel Palas, de la misma manera que el coñac se convirtió en jeriñac y el Cine Savoy pasó a llamarse Ya-voy.

Se inauguró el 6 de mayo de 1916 en la llamada Casa Caruncho, justo enfrente del Obelisco y del Cantón Grande, dando fachas a la calle Real y a la avenida de la Marina. Tenía tres plantas y cincuenta habitaciones, la mayoría dobles. En 1925 se amplió un piso, siendo su dueño José María Rodríguez Pardo.

La Voz saludaba su inauguración en la primera página, con el título de «un establecimiento modelo» y varios párrafos elogiosos, entre ellos: «La visita fue gratísima, pues La Coruña llevaba tiempo lamentando la carencia de un gran hotel, que pudiera ofrecer comodidad a los turistas. El genio industrial de su propietario, persona de extraordinaria actividad, junto al talento y buen gusto de sus hijos, han conseguido lo que la ciudad apetecía. No falta un detalle, ni se ha prescindido de un desembolso o de un sacrificio para dar al público todo el confort que requiere un hotel de primera clase».

Continuaba describiendo La Voz la distribución del hotel: «En el entresuelo hay un comedor con capacidad para cien personas, además de sala de lectura y escritorio con pupitres individuales; el primer piso, enmoquetado de rojo, con muebles de caoba en las habitaciones, camas de bronce y rica sillería; los lavabos son de porcelana, igual que en los siguientes pisos; los cuartos de baño tienen termosifón». Las vajillas eran de plata, cristal y finísima porcelana. Para acceder a las plantas estaba un ascensor eléctrico, capaz para seis personas. Las alfombras eran de terciopelo y los espejos repujados en plata.

Entre los huéspedes ilustres, destacaría en los años 20 Manuel Azaña, futuro presidente de la República, que pasó en la ciudad varios veranos para formar parte del tribunal de unas oposiciones a notarías. A don Manuel le pareció bien el hotel, aunque tuvo la mala suerte de tener un tiempo infernal, con lluvias permanente. No acostumbrado a estos climas (nació en Alcalá de Henares y vivió en Madrid), le preguntó un día al conserje a qué se debía tan mal tiempo y este le contestó impertérrito: «Mire usted, el viento estaba del Este y se puso del Oeste». Anotaría Azaña en su diario: «Siempre es bueno saber el por qué de las cosas».

Durante el comienzo de la rebelión contra la República, el 20 de julio de 1936, el Palace vivió horas dramáticas, pues uno de sus clientes, un abogado de ideología ultraderechista, que estaba alojado en la última planta, se dedicó con una pistola a hostigar a los milicianos que intentaban controlar el Cantón. Estos entraron en el hotel, al mando de Otero (un empleado del Ayuntamiento) en busca del francotirador y menos mal que fueron contenidos por el dueño del establecimiento, José Rodríguez Rouco, que les invitó a un refrigerio.

Después de la guerra, el Palas, con el Atlántico, siguió funcionando con una ocupación muy alta, especialmente en los veranos durante la presencia de Franco en Meirás. Ocupación que bajó algo cuando entraron en funcionamiento el Finisterre y el Embajador.

Cierre y derribo

A mediados de los años sesenta, los viejos hoteles, como el Atlántico y el Palas, ya se consideraban obsoletos y se pensó en derribarlos. En el primer caso, para edificar otro hotel con mayor capacidad y diseño moderno (además de horrible), y en el segundo para construir un edificio enorme, con un Banco en sus plantas bajas, que comprendería, también la parcela del antiguo edificio del Casino que daba a la calle Real y a la Marina.

De ahí que en junio de 1967 comenzó a derribarse el Palas y el café Oriental que estaba en parte de su planta baja. Hubo algunas protestas ciudadanas, ya que el viejo Atlántico y el Palas eran edificios emblemáticos, pero pudo más el dinero y la fiebre urbanicida, y las piquetas y excavadoras dieron buena cuenta de ellos.


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