La Voz de Galicia

El exotismo de las primeras pizzas

A Coruña

Sandra Faginas Coruñesas

03 Nov 2016. Actualizado a las 11:18 h.

Ahora que es noticia que los yogures sepan a licor café y los helados de crema de orujo se despachan con la curiosidad normal, me ha venido otro sabor a la boca. Un sabor que ha marcado a mi generación como el mejor mordisco del futuro cuando lo más novedoso en casa era que tu madre cogiera una tarde la sandwichera. Seguro que a los más jóvenes les sonará a auténtico imposible, pero aquí, en Coruña, hubo un tiempo en que no había pizzas. ¡De ningún tipo! Y algo mucho más impactante, hubo un tiempo en que sí las había, las despachaban en sitios exclusivos, pero muy pocos las consumían.

Una pizzeria en la ciudad No disponible

La primera pizzería, me atrevo a decir, fue el Nuevo Santa Cruz, en los Mallos, que dio un nuevo olor al barrio con el toque vanguardista que arrastra la emigración, siempre por delante. Claro que entonces eran muy pocos los que se atrevían a pedirla, pese a la novedosa oferta -«¡si no había mozzarella, teníamos que hacerlas con queso del país!»-, me apunta el hijo del dueño. Un poco después empezaron a abrir otras pizzerías con más o menos suerte -Fratelli, en Rubine; Il Giardino, que aún sigue adelante en la plaza del Libro, y la mítica Donato, en la calle Alta, justo en la salida al Paseo Marítimo. Allí tomé yo la primera, una noche después de ver Flashdance. ¡Qué moderna me sentí! Aquel exotismo, como relata un compañero con el comparto el gusto, te situaba en las primeras citas con una perspectiva muy abierta. Él, por supuesto, aprovechó la ocasión para llevar a la chica a la mesa de Il Giardino y la noche se le plantó feliz cuando ella pidió en su cara «penne all’arrabbiata».

En Coruña estábamos aún muy hechos a las traducciones literales en la cocina y los italianos nos proporcionaron enseguida un nuevo diccionario gastronómico mucho más feliz. Además de los pennes, las pizzas ganaron estilo cuando en los ochenta los argentinos de Cambalache (otra vez la emigración trayéndonos lo mejor) se instalaron en María Pita y consolidaron el negocio para nuestra suerte. Porque hasta ese momento solo habíamos visto las pizzas en pelis como E.T. (no nos creíamos que pudieran llevártelas a casa calientes) y probarlas supuso, como cantaba Radio Futura en aquel hit «El futuro ya está aquí», que nos sintiéramos por fin a la moda juvenil. Del mismo modo que Marty McFly con sus zapatillas nuevas. De repente éramos tan coruñeses como italianos o americanos y la ciudad cobraba un aire totalmente renovado.

Las primeras pizzas fueron lo más, sin duda, y ya no digamos cuando abrió el primer McBurger, enfrente del Colón, que nos sirvió en bandeja las hamburguesas, tal y como hoy las conocemos, con las patatas fritas en los envases de papel y el kétchup en las bolsitas. ¿Alguien se atreve a decir ahora que todo este empacho de emoción no es hoy saludable? Salgamos a celebrarlo comiéndonos una pizza.


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