«Cuando el médico me dijo "estás vivo" no me lo podía creer»
A Coruña
«No tengo palabras para explicar lo que siento: muchas gracias», dice el joven etíope operado «in extremis» en el Hospital San Rafael
02 Jun 2017. Actualizado a las 18:38 h.
Si el mundo fuera un hogar para todos, a Yohannes no le habría llegado el reuma al corazón. Tampoco viviría en cinco metros cuadrados ni, «con suerte», como él dice, tendría agua dos veces por semana. Como no lo es, Yohannes Berhanu, un chico que lleva la luz en su nombre (Berhanu significa la luz en amhárico), tiene un corazón que casi no le cabe en el pecho. Literalmente. Cuando sus médicos vieron la radiografía no se lo podían creer. «Le ocupaba todo el tórax, el hígado casi invadía la pelvis... llegó en muy malas condiciones, dudamos en operarlo», confiesa José Cuenca, cirujano cardíaco que, finalmente, bisturí en ristre, hizo frente en el Hospital San Rafael a un caso en el límite de la desesperación.
Cuando el 8 de mayo Yohannes, de 27 años, llegó a A Coruña desde Etiopía con un billete pagado por sus amigos, tras 600 kilómetros en Bla-Bla-Car desde Madrid y sin poder dormir por el embrujo de los aspersores en la carretera, pesaba 39 kilos.
«No podía caminar dos pasos, no podía respirar, las piernas estaban hinchadas», recuerda este joven que acaba de ser intervenido en el centro coruñés para un recambio valvular gracias al empeño de muchos. El primero, el de su madre: «Sin ella estaría muerto», espeta. Después, el de las misioneras de San Pablo Apóstol, que en Muketuri, a 78 kilómetros de Adís Abeba, echaron mano de aquel niño desahuciado que esperaba la muerte envuelto en una manta. Como había sucedido con su hermana de cuatro años. Ellas consiguieron trasladarlo no una, sino dos veces a España en busca de una solución. Primero a Sevilla, en el 2008, y ahora a A Coruña. Contaron con la oenegé Emalaikat, que significa ángel en turkano keniata como ángel de la guarda es, para Yohannes, Popi, la cooperante, amiga y familia de acogida en A Coruña. También echó un cabo el anestesista del Chuac Salvador Fojón, de la oenegé Solidariedade Galega, que movió hilos para el traslado y la operación, y la Fundación IMQ San Rafael puso gratis hospital, material y personal para su estreno solidario.
«Cuando el médico me dijo ‘estás vivo’, no me lo podía creer; nunca olvidaré ese momento», cuenta una persona que confiesa haber sentido miedo real en el momento de pasar al quirófano. «Entré rezando, es un milagro», resume para buscar explicaciones a algo impensable cuando se nace sin otra perspectiva que el día en el que amaneces. «En mi pueblo nadie tiene oportunidad alguna, yo estaba convencido de que esta vez me iba a morir, porque yo ya había tenido una en Sevilla», cuenta ahora mientras confiesa que «no hay palabras para explicar lo que siento». Acto seguido, pronuncia lo que no se cansa de repetir en español: «Muchas gracias». Dice no encontrar palabras, pero no le hacen falta: su sonrisa habla por él.
Un año llevaba mal, muy mal. Las últimas tres semanas antes de venir, en tres hospitales y sin poder ni comer. Se había rendido, cuenta Popi. Los equipos de Cuenca, y de Gonzalo Peña (cardiología), César Bonome (anestesia), Cristina Lopo (uci), Belén Lamas (quirófano), María José Heras (instrumentista), José Antonio González (perfusionista), y Sandra Roca (hospitalización), se volcaron para que, ahora, Yohannes se sienta «muy bien, muy feliz, completamente diferente», tras una operación en la que, además de sustituirle aquella válvula mitral sevillana rota tras una década, también le colocaron un anillo en la tricúspide.
Ha engordado cinco kilos «y subiendo». Y camina. Ha visitado la fervenza de Belelle, subido al monte de San Pedro, ido a la playa y ha visto al Dépor y al Fabril en Riazor, uno en primera y al otro, ascendiendo. No descarta ahora este chico que pinta cuadros para venderlos en España y estudia contabilidad empezar a darle patadas al balón. Le gusta el fútbol, el pescado, no la paella pero sí las cigalas y, de esta Galicia a la que espera volver algún día como turista, le sorprende «el tiempo: en un mismo día cambia cuatro veces». Yohannes viene de una tierra de diez meses al año de sequía invariable. A ella volverá con una válvula que, por tener un corazón que casi no le cabe en el pecho, se escucha con cada latido. «Es el ritmo de la vida», dice Popi.