El vigilante del Registro Civil
A Coruña
El engorro siempre se puede incrementar si la gestión hay que llevarla a cabo en un edificio como el de la plaza de Vigo, aparatoso donde los haya
19 Aug 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Arreglar papeles con la Administración siempre es un fastidio. Si, además, quien lo hace tiene ya la edad en la que el término «brecha digital» da sentido a esa marginación que se siente cuando todo va por internet y se pierden ahí, peor. El engorro siempre se puede incrementar si la gestión hay que llevarla a cabo en un edificio como el Registro Civil de la plaza de Vigo, aparatoso donde los haya. A él la gente acude con el interrogante de si hace falta la cita previa para según qué gestiones o si, por contra, se pone a la cola y listo. La duda la resuelve pronto el vigilante de seguridad, un hombre amable que cuando avista un rostro despistado —la mayoría— pregunta qué gestión va a hacer, le indica si hace falta la susodicha cita y, en caso de que no, le da el papelito con su número para esperar con indicaciones. La cola, que desde su sitio de control baja la escaleras de la entrada hasta la calle, está integrada en su mitad por gente de más de 70 años. El vigilante se dirige a los más mayores. ¿Quiere sentarse? «¡Sí, por favor, que me duelen las piernas!», le contesta un señor. «No, no se preocupe que estoy bien», dice una señora. A los que lo piden les deja pasar antes. Se sientan dentro y pueden esperar su turno allí, respetando al mismo tiempo las limitaciones de aforo del covid-19. La mujer que rehusó el sitio pide acceder ahora. Él le explica que ya no caben más. Pero pronto busca una solución. «Si quiere puede sentarse en mi silla». Una chica que ya estaba dentro dice: «Cedo mi asiento a quien lo necesite». Se ve que la amabilidad se contagia. Y que esta puede sortear el áspero camino administrativo. Se trata de ponerle corazón a la burocracia robótica. Lo que hacía este vigilante, al que todos daban las gracias al salir.