Ramón Vargas: la emoción de un artista de otra pasta
A Coruña
La presencia del tenor mexicano en la representación en A Coruña de «L'elisir d'amore» elevó el nivel hasta una emoción infrecuente en un teatro, con un elenco homogéneo y una orquesta lejos de su mejor noche
28 Sep 2024. Actualizado a las 20:38 h.
Amigos de la Ópera propuso L’elisir d’amore como segundo título de su temporada lírica. Este clásico de Donizetti se monta constantemente (en A Coruña, tres veces en los últimos 20 años). Hoy habrá otra función, a las 19.00 horas. Convendría apostar por mayor variedad al escoger los títulos (sin salir de Donizetti, la Trilogía Tudor todavía sería una rareza en estos lares).
El mayor atractivo de estas funciones era la presencia de Ramón Vargas como Nemorino. Un artista de otra pasta, con un concepto de canto y de carrera cada vez más olvidados. Aún tiene mucho que decir. Su timbre solar y mediterráneo se reconoce de inmediato porque conserva su color, y ofrece una lección de estilo por elegancia en el fraseo, capacidad de administrarse para entregarse al rol y técnica inmaculada: destaquemos su legato en Adina credimi o su Una furtiva lagrima, donde sentó cátedra por calidez de la voz y dominio del estilo, culminada en una escalofriante messa di voce que da cuenta del artista que es. Compensa cierta erosión lógica en el (bellísimo) timbre con emoción, clase y carisma: cualidades difíciles de encontrar.
Luis Cansino clavó el rol de Dulcamara: voz sonora y bien timbrada, conoce los recursos bufos y los usa para meterse al público en el bolsillo. Gran y merecido triunfo. Como Adina, Ruth Iniesta da todas las notas con seguridad y tiene una voz importante, susceptible de mayor personalidad tímbrica: su paso a roles más líricos hace que algún pasaje resulte pesado; si bien cuenta con un grave redondo y bien apoyado y se entrega en lo vocal. Damián del Castillo resuelve sin problemas Belcore por escuela vocal, voz sana y soltura escénica; mientras Susana García (Gianetta) tuvo su mejor momento en su arietta con coro del segundo acto: el rol requiere una voz con más cuerpo para sobresalir en los concertantes. Al coro Gaos, sonoro, le faltó empaste en general y presencia en cuerdas masculinas: se necesita un conjunto coral profesional en Galicia. Problemático el foso. Guillermo García Calvo no pudo imponer su tempo ágil a una OSG ingobernable: desajustes frecuentes entre foso y escena, especialmente en los concertantes. Mientras los solistas seguían al maestro, la orquesta parecía ir por libre y quedarse atrás en una noche para olvidar.
El montaje de Víctor García Sierra se inspira en pinturas de Botero, particularmente en su serie El circo. Simpático, sencillo y funcional (visualmente algo anticuado). Ayuda a contar la historia, pero no termina de desarrollar el paralelismo circense, e introduce un exceso de figuración.
La presencia de Ramón Vargas elevó el nivel hasta una emoción infrecuente en un teatro, con un elenco homogéneo y una orquesta lejos de su mejor noche. En un panorama en el que cada vez se ven menos artistas de esta casta, emociona escuchar a un Vargas que justifica por qué es uno de los grandes.