La «museificación» de A Coruña: un fenómeno que esconde el precio prohibitivo de las viviendas en la ciudad
Vivir A Coruña
La gentrificación en España va en paralelo al bum del turismo. Algunos arquitectos consideran que los barrios comienzan a entenderse como parques temáticos y bienes de consumo que imposibilitan el acceso a la vivienda y deterioran la identidad de la zona
30 Nov 2023. Actualizado a las 14:54 h.
A su modo, A Coruña vive una realidad distópica similar a la que cualquiera puede ver en Venecia. Cuenta Ruth Varela, presidenta de la delegación de A Coruña del Colexio de Arquitectos de Galicia (COAG), que hace unos días paseaba por la Marina y observó un fenómeno que le recordó a una estampa habitual en la ciudad de los canales. «Era por la mañana y me pareció curioso que los cruceristas que tomaban un café en las terrazas de los soportales solo veían pasar a más turistas, no había coruñeses a esas horas, y la estampa estaba totalmente distorsionada. Me acordé de esos viajeros que en Venecia compran recuerdos en tiendas de suvenires fabricados en China, mientras los establecimientos locales, que tallan sus piezas a mano, están vacíos».
Esta conversación surge a raíz de que A Coruña pidiese a la Xunta ser declarada zona tensionada. Cobra sentido al entender cómo la llegada masiva de forasteros moldea en la actualidad el tejido social de capitales europeas, sí, pero también de otros polos de atracción turísticos como puede ser la ciudad herculina.
El concepto de gentrificación se cuela en conversaciones y titulares asociado al drama del precio de la vivienda. Pero arrastra un manto de romanticismo que trufa las consecuencias de este fenómeno con imágenes de barrios, antes decadentes, que ahora son emblema de lo cool. «Básicamente se basa en la expulsión de residentes de bajo poder adquisitivo de una zona que, tras una reforma o intervención, empieza a ser apetecible para gente más pudiente», indica el arquitecto Fernando Agrasar. La definición se nutre del contexto de cada ciudad, que en A Coruña tiene su propia miga.
«El caso más evidente en esta ciudad se produjo hace años en Monte Alto. Hasta los años treinta del siglo pasado, en toda la península de la torre [de Hércules] no hubo ni una vivienda; que no se enfaden los vecinos de la zona, pero no era apetecible vivir ahí, ni por la traza urbana ni por la calidad de las edificaciones. Pero somos una ciudad muy pequeña y bastó que unos cuantos de Inditex decidiesen irse a vivir ahí para que los precios de los alquileres subieran exponencialmente». Esta idea se asentó en el imaginario colectivo de los herculinos ya hace unos años, adquiriendo esta zona un nuevo significado impensable hace un par de décadas.
Lo que durante un tiempo fue un caso aislado, tiene ya sus réplicas en otros puntos, con una causa que nada tiene que ver con el buque insignia de la moda española. El bum del turismo, que estalló definitivamente con el fin de la pandemia, deja cifras golosas del gasto de los viajeros en la ciudad, pero tiene una cara B que impide a muchos coruñeses acceder a una vivienda digna en barrios donde siempre habían hecho su vida. «La masificación del turismo y las viviendas de alquiler turístico son un problema porque las ciudades comienzan a ser entendidas como parques temáticos o bienes de consumo. Ahora no consumes un lugar, sino el relato de una ciudad». Varela habla además de la «museificación» de las urbes, y lo explica: «Cada lugar busca su tractor turístico: Bilbao tiene el Guggenheim, Barcelona la Sagrada Familia, Santiago la Catedral y A Coruña la torre de Hércules; y cada uno en su medida organiza el entorno para que el flujo de turistas aumente alrededor de su emblema».
Para esta arquitecta, plantear una ciudad con el fin de acaparar turistas «deteriora el tejido social y del comercio local, se pierde la identidad de los barrios y se banaliza con la cultura. Esto se incrementa con la llegada de viviendas turísticas, porque los barrios dejan de tener vecinos para tener huéspedes, y evidentemente se encarece el suelo de la zona». Huéspedes y perfiles muy concretos, esos pocos que pueden permitirse los nuevos precios del metro cuadrado. «Suelen ser profesionales jóvenes, que viven solos o en pareja y que evidentemente viven de alquiler porque el mundo laboral no deja de ser volátil».
Agrasar da en el centro de la diana, pues la gentrificación deja claro que la precarización alcanza incluso a esas clases pudientes que desplazan a los más humildes, ya que estos barrios no dejan de ser escaparates que esconden pisos antiguos, sin ascensor y que, por ejemplo, carecen de plaza de garaje.
Sendos arquitectos coinciden en mencionar la zona del Orzán como posible barrio gentrificado. «Aunque la estrategia no termina de cuajar», perciben tanto Agrasar como Varela. El primero advierte que es una zona que suele amagar con convertirse en uno de esos polos de atracción para figuras cosmpolitas y del arte que llegan a la ciudad, pero que el constante «abrir y cerrar de negocios» impide que se consolide definitivamente como área gentrificada. Por otro lado, Varela menciona el barrio de Os Mallos como candidato a sufrir este fenómeno, pero habrá que esperar a la llegada de la estación intermodal.
De los que llegan a los barrios a los que se van. Esta arquitecta indica que en el mejor de los casos esta población acaba en zonas del cinturón metropolitano como Cambre o Culleredo. Pero la gentrificación implica un engranaje que termina dejando fuera de juego a las clases inferiores, pasando los días algunos de ellos «en bajocubiertas que no son habitables o trasteros».
Para ponerle coto a este fenómeno, Agrasar considera imprescindible que se acometa «una inversión rehabilitadora interesante con una buena oferta de vivienda social». Para él, Santiago es una ciudad que tener en cuenta como ejemplo de buena praxis. «Aunque la presión turística es brutal, eso es innegable, el plan de rehabilitación se pensó para que los residentes pudieran seguir viviendo, y en cuanto a rehabilitación patrimonial se trabajó muy bien también». En el lado opuesto estaría La Habana (Cuba) por tener «tantas viviendas vacías, esas fachadas de colores y unas reformas pensadas exclusivamente para el turismo».