La Voz de Galicia

Las puertas de Escandinavia

Cultura

Isabel Alvite

Copenague es una urbe funcional con conciencia metropolitana. El danés se ha inventado la palabra intraducible hygge que significa «estar a gusto» y que define perfectamente el carácter de los habitantes de Copenhague.

15 Feb 2005. Actualizado a las 06:00 h.

Ese deseo de estar bien se traduce a cada paso: amplias zonas verdes, la limpieza de las calles y la instauración de la bicicleta como transporte oficial y, por descontado ecológico, son buena muestra de su talante. Copenhague no es una ciudad burguesa, aunque a primera vista lo pueda parecer. A diario es una urbe relajada y funcional. Ofrece aceras anchísimas y una hospitalidad a la que el visitante puede estar poco acostumbrado. En la cuna del escritor de cuentos Hans Christian Andersen, los conductores se paran al mínimo amago del peatón y todas las oficinas públicas cuentan con un sistema ordenado de atención al cliente. Con los años, no obstante, la capital de Dinamarca ha ganado su propia conciencia metropolitana. El danés que no habla y lee inglés y alemán no está preparado para el futuro, de ahí que no resulte extraño que el mismo lugar en el que hace treinta años salían a pasear con zuecos se haya subido al carro de las nuevas tecnologías. Copenhague es, de hecho, la ciudad europea con mayor cantidad de ordenadores por habitante. Pero no se dejen engañar por las apariencias porque ser puntero no implica vestir chaqueta y corbata, prendas que aborrece el verdadero esnobismo danés que elige el pantalón corto para callejear, algo que pesa a sus vecinos del oeste, los habitantes de Jutlandia, a los que nunca se les ocurriría abandonar su formalidad para disfrazarse de boy scouts. La ruta: Del Palacio Real a la Sirenita de los cuentos... Al salir de Nyhavn, el puerto antiguo, el aire cambia. La elegancia de un barrio bordeado de edificios señoriales, hoy ocupados por grandes oficinas, joyerías, anticuarios y negocios de subastas acompañará el paseo hasta entrar en Amalienborg Plads. Una plaza octogonal con una iglesia de mármol y cuatro gigantescos edificios casi idénticos, fieles reproductores de la mentalidad rococó que los vio levantarse, da la bienvenida a los aposentos de la familia real danesa. Un poco más adelante, la gran fuente de Gefión que conmemora el nacimiento legendario de Selandia, la isla donde se ubica la capital, indica la entrada al parque de Langelinie, en cuyos dominios junto al mar reposa la famosa sirenita emblema de la ciudad. Regalo del cervecero Carl Jacobsen a las autoridades locales e inspirada en el personaje de Andersen sorprende por sus pequeñas dimensiones y encontrarse en un entorno no especialmente apropiado para resaltar su belleza.


Comentar