Los cartones de Goya, de lo populachero al arte mayor
Cultura

El Prado exhibe la etapa formativa del genio y sus influencias directas
28 Nov 2014. Actualizado a las 05:00 h.
El Museo del Prado abre hoy una exposición singular, muy singular, aunque el reclamo del genio aragonés pueda parecer, con razón, más que amortizado en la colección de la pinacoteca nacional. Goya en Madrid: cartones para tapices (1775-1794) es un descubrimiento supremo, o un redescubrimiento, para los escépticos.
Patrocinada por la Fundación Axa, y comisariada por Manuela Mena y Gudrun Maurer, conservadoras del museo público, la muestra ofrece al visitante el espectáculo del creador en formación, al joven que incluso no acreditaba con puntualidad algunos de sus trabajos, que los dejaba en manos de los hermanos Bayeu, sus cuñados. Fueron estos, precisamente, los que lo recomendaron para sustituir a Ramón en este encargo para decorar los Sitios Reales a las órdenes de Francisco, el otro Bayeu. El proyecto, que dirigía Anton Raphael Mengs, primer pintor de cámara de Carlos III y responsable artístico de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, ocupó a Goya durante casi veinte años. De esta exigente empresa saldría con un nombre de prestigio, y, sin embargo, en 1775, cuando la comenzó, no era un novato en cuanto a enfrentarse al gran formato: había pasado dos años en Italia y a su regreso en Zaragoza había asumido los murales de la cartuja del Aula Dei.
A pesar de que el contrato real fue un laboratorio fundamental en la carrera de Goya, su magisterio es ya patente en esta absorbente producción que determinó su llegada a la corte y que se afincase en Madrid de forma definitiva. A través de 142 obras, la exposición trata de rastrear las influencias directas que el pintor habría recogido en sucesivas contemplaciones de la Colección Real, a la que tuvo franco acceso gracias a este trabajo. Además de enfrentar los cartones con estos sus modelos del pasado -clásico, en muchos casos-, la muestra también relaciona las piezas de Goya con sus contemporáneos (Meléndez, Bayeu, Maella), que en buena lid quedan en evidencia ante la asombrosa destreza plástica y la brillantez narradora del creador aragonés.
La vida en la calle
Frente a la interpretación puramente costumbrista de estas estampas madrileñas que imperó mucho tiempo, la exposición corrobora que los cartones están muy por encima del apartado de lo populachero en que se los había confinado. Ahora se sabe que este oficio del Goya que sale a la calle para captar la vida y llevársela al rey tiene un lugar destacado como arte mayor y como gran emblema. En el Olimpo de las marcas en que vivimos, anotó ayer muy gráficamente Miguel Zugaza, director del Prado, Goya podría bien disputarle el cetro al mismísimo Real Madrid.
Los ocho marcos temáticos en que articularon la muestra Mena y Maurer confirman el moderno atractivo de los desvelos pictóricos de Goya, que luego no abandonará, incluso sordo, como los músicos y el baile, los niños, los sueños, los juegos o los perros. En cuanto a la caza, resulta especialmente satisfactoria la obra Cazador cargando su escopeta, al detallarse en la sala la explicación del fascinante proceso de recuperación, limpieza e individualización de una pieza que no se atribuyó hasta muy tarde a Goya y que en 1933 se había unido a un lienzo de Matías Téllez.