«Cien años de soledad», cincuenta de reinado en el canon literario español
Cultura
La novela que catapultó a García Márquez fue publicada por el gallego Porrúa en 1967
24 Jul 2019. Actualizado a las 16:41 h.
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Un comienzo célebre para un libro aún más célebre. Y celebrado: de Cien años de soledad se han publicado ya más de 45 millones de ejemplares, traducidos a 44 idiomas. Fue un libro que descubrió y afianzó un doble fenómeno, colectivo -el bum literario latinoamericano- e individual: la consagración -pesaría, y mucho, en la concesión del Nobel- de un escritor, Gabriel García Márquez. El 6 de junio de 1967, cuando la novela llegó a las librerías de Buenos Aires, se inició la historia de este éxito en español, solo superado por el Quijote, aunque en realidad empezó a fraguarse ya antes, en un proceso en el que resultó decisivo el papel de un gallego de Corcubión, Francisco Porrúa.
A mediados de los años sesenta del siglo pasado Porrúa ya había dado pruebas de su olfato literario, que él, en su modestia, calificaba de «sentido común». Fue él, gallego emigrante en Buenos Aires, quien insistió a la editorial Sudamericana, a la que asesoraba, que no dejase pasar Las armas secretas, un nuevo libro de Julio Cortázar, pese a los malos resultados cosechados por Bestiario. Un consejo que permitirá al sello publicar en 1963 Rayuela.
Una obra nueva
Porrúa también tenía el ojo echado a García Márquez, de quien había leído cuentos y El coronel no tiene quien le escriba. Así que le escribió a México, donde vivía entonces el escritor colombiano, para proponerle una reedición en Argentina de estos títulos. García Márquez le contestó que los derechos ya estaban comprometidos, pero que a cambio le podía enviar la nueva obra en la que trabajaba. Porrúa aceptó de inmediato: confiaba en aquel autor, el menos conocido de los hispanoamericanos incluidos en Los nuestros por Luis Harss, quien lo había puesto sobre la pista de García Márquez.
Una vez más, el olfato de editor, el sentido común. «Yo ya sabía que iba a recibir un buen libro», recordaría Porrúa en La Voz en el 2007, una de las raras veces que accedió a entrevistas. «Confiaba en la continuidad, en la coherencia de la obra de García Márquez», explicó. Y su intuición de editor no le defraudó: «Me bastó abrirlo y leer unas líneas para comprender que era un libro que había que publicar».
Gabo le había dedicado trece meses a la escritura de Cien años de soledad, refugiado de sus problemas económicos con tabaco negro y folios en blanco en su casa mexicana, a la que llamaba la «cueva de la mafia». Ya en 1965 le escribe a Porrúa para avanzarle que su «novela muy larga y muy compleja», en la que tiene «fincadas» sus mejores ilusiones, tendrá unas 700 cuartillas, de las que ya ha escrito unas 400. Ninguna sobrevive. Sí las 181 páginas, pruebas de edición, que García Márquez devolvió con unas 270 correcciones de su propia mano, tras casi un año de revisiones.
Cien años de soledad salió de imprenta el 30 de mayo de 1967 y aterrizó en las librerías de Buenos Aires seis días después. En Sudamericana había sido más optimista que el autor y calculaban vender unos 8.000 ejemplares, frente a los 3.000 con los que contaba García Márquez. Ahí sí se equivocaron. La novela desapareció en cuestión de días. Se sucedieron las reediciones y la editorial tuvo que recurrir a otros sellos porque se había agotado el papel de su almacén. Fue el preludio de un éxito mundial que hoy, cincuenta años después, perdura. Porrúa nunca dejó de atribuir todo el mérito a su autor: «Mi intervención como editor fue mínima: simplemente reconocer que tenía entre manos una obra extraordinaria y que había que publicarla. Ese era mi oficio».
Editor de Tolkien, Cortázar, Ray Bradbury o Italo Calvino
Un éxito como el de Cien años de soledad representaría, por sí solo, todo un triunfo para un editor. Pero Porrúa pudo añadir incontables éxitos a su larga carrera en el mundo de la edición, construyendo un catálogo que se lee como un verdadero tesoro. Su papel como asesor de Sudamericana lo llevó a publicar no solo a García Márquez y Cortázar, sino autores como Alejandra Pizarnik o Manuel Puig, además de foráneos como Lawrence Durrell o Italo Calvino.
Otro de los hitos debidos a Porrúa es la fundación de Minotauro, un sello especializado en ciencia ficción llamado, desde su papel pionero, a desempeñar un papel esencial en la consolidación y divulgación del género en castellano. En Minotauro fue editor de un título fundacional como Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, además de ahora clásicos como J. G. Ballard, Philip K. Dick o Ursula K. Le Guin. Muchos de sus libros no solo los editaba, sino que también los traducía -bajo seudónimo-, ya que la traducción, como oficio y como vía de acceso, fue lo que introdujo a Porrúa en el oficio de la edición. Desde Minotauro también fue el responsable de que los lectores en español disfrutasen de Tolkien en su propia lengua.
Cien años de soledad y El señor de los anillos: dos títulos que figuran entre los más vendidos de todos los tiempos. Sin embargo, Porrúa decía de sí mismo que nunca fue un editor comercial ni jamás había encargado un estudio de mercado.