Galdós, un clásico centenario y muy actual
Cultura
La incómoda y oceánica obra del autor de los Episodios nacionales y Fortunata y Jacinta mantiene plena su vigencia cuando se cumplen los cien años de su muerte
05 Jan 2020. Actualizado a las 22:47 h.
Convertir el apellido en adjetivo es un honor restringido a un puñado de grandes escritores. Benito Pérez Galdós, fallecido ahora hace cien años [se cumplían el sábado 4 de enero], es uno de ellos. Galdosiano es un concepto tan comprensible y nítido como cervantino, kafkiano, barojiano, borgiano u homérico, recogidos todos por la RAE.
El primer centenario de su muerte acelera la maquinaria del Año Galdós y celebra la vigencia de la obra del autor de los Episodios nacionales. Un narrador proteico, el más relevante tras Cervantes para muchos. Un clásico por redescubrir, vivo e incómodo en su día, cima del realismo, caudaloso novelista, dramaturgo y cronista, académico, liberal de izquierdas y apasionado y secreto amante.
El Año Galdós avanza plagado de actos que reivindican al novelista más relevante del siglo XIX, comparado con Balzac o Dickens. Un genio que no goza del conocimiento internacional que merece. De ahí que el Instituto Cervantes y la Comunidad de Madrid impulsen la traducción de sus obras para «internacionalizar su figura». Así lo anunció Luis García Montero, director del Cervantes, para quien la traducción debe abordarse «con el mismo orgullo que los franceses sintieron al difundir las joyas de Flaubert; los ingleses las de Dickens o los rusos las de Tolstói».
Se sucederán en el 2020 exposiciones, encuentros literarios, ciclos de cine galdosiano y una obra teatral sobre su relación sentimental con la autora gallega Emilia Pardo Bazán. También jornadas gastronómicas por el galdosiano Madrid al que llegó en 1862, con 19 años, y donde rendiría cuentas con la vida, casi ciego, el 4 de enero de 1920. Unas 30.000 personas -muchas mujeres- le despedían en su ciudad de adopción 76 años después de su nacimiento en Las Palmas de Gran Canaria, el 10 de mayo de 1843.
Hay consenso sobre la relevancia de su obra, que rozó el Nobel en 1915. Incluso autores tan radicalmente cervantistas como Andrés Trapiello equiparan el genio de Galdós al del autor del Quijote. Don Benito sigue siendo un faro para autores de hoy como Almudena Grandes, que recrea casi el formato de los Episodios en su aventura narrativa sobre la interminable Guerra Civil, Manuel Longares o Antonio Muñoz Molina. No faltó, sin embargo, quien condenara su realismo, tildado de rancio y garbancero, por Valle Inclán, Juan Benet o Francisco Umbral.
Perfil polifónico
Para aproximarse a su complejo perfil, la Biblioteca Nacional ofrece hasta febrero la exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana. Comisariada por Germán Gullón y Marta Sanz, ofrece a través de 200 piezas un visión polifónica del autor, que debutó con La fontana de oro en 1870.
Fue quien mejor reflejó su época en novelas como Fortunata y Jacinta (1887), trazó la gran crónica de la España del siglo XIX y perfiló su conciencia en las cinco series de 46 capítulos de sus Episodios, publicados entre 1873 y 1912, y que cubren casi un siglo, de la batalla de Trafalgar (1805) hasta la Restauración (1874).
Otra aproximación es hoy posible a través de Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso (Alianza), la más reciente biografía del genio canario que firma Francisco Cánovas Sánchez. Recorre la azarosa vida del autor, analiza el valor de su monumental obra y su influencia, y detalla sus posiciones como un político comprometido con su idea España.
De alma republicana -a pesar de su episódico apoyo a Prim y al efímero rey Amadeo de Saboya-, el joven Galdós frecuentó círculos liberales antes de pasarse al republicanismo moderado del reformista Melquíades Álvarez. Formado en el krausismo, admiró la Institución Libre de Enseñanza y fue un decidido regeneracionisa, pero derivó hacia la izquierda en su vejez.
Su admirado Pablo Iglesias
Acabó abrazando el ideario de su admirado Pablo Iglesias, con quien formaría en 1909 la Conjunción Republicano-Socialista, que Galdós presidió. Diputado en tres legislaturas, su etapa política más intensa fue entre 1907 y 1912, los años de mayor cercanía al fundador del PSOE. Fue don Benito mucho más madrileño que canario. Llegó a Madrid para estudiar Derecho, y la capital, que le nombró Hijo Adoptivo en noviembre pasado, fue mucho más determinante que su tierra natal. Vivió, escribió, amó, politiqueó en Madrid, escenario de varias de sus novelas y de los amores que marcaron la vida la obra y de un solterón irredento, tenido actualmente por un adelantado al feminismo, para quien, dijo, «sin mujeres no hay arte».
Doña Dolores, su madre, sería el amor eterno de Galdós, cuya primera pasión fue su prima María Josefa Washington de Galdós, Sisita. En Juana Lund, Juanita, su amiga santanderina, se inspiró para Gloria. Pero su cuatro grandes amores, que alternó y mezcló, fueron Emilia Pardo Bazán, Lorenza Cobián, Concha Morell y Teodosia Gandarias.
La Bazán, la pasión y un amor «enorme y verdadero»
La Bazán pasó de la admiración a la pasión para convertirse en un amor «enorme y verdadero», según Gullón, vivo desde 1887 a 1890 y conocido por las cartas de la escritora gallega. Con Lorenza Cobián, modelo de pintores con pocas letras y mucha belleza, tendría Galdós su única hija, María, nacida en Santander. La tormentosa relación acabó con el suicidio de Lorenza, que se ahorcó en dependencias policiales tras ser detenida por intentar arrojarse al tren.
La joven Concha Morell, a quien Galdós conoció con 26 años ocuparía luego el corazón del escritor, que allanó su carrera de actriz y se inspiró en ella para Tristana. Se veían en secreto en el Palomar, el cuartucho que albergaba su amor en el barrio madrileño de Argüelles. Galdós puso fin a la aventura cuando ella quiso una relación más estable.
Su último gran amor sería Teodosia Gandarias que irrumpió en la vida del maduro Galdós en 1906. Con veinte años menos que el escritor, lo conoció casualmente callejeando por Madrid. Culta y refinada, disfrutaba oyendo música con el escritor y corrigiendo sus pruebas de imprenta. Aunque la pareja no se dejaba ver en público «fue un amor estupendo y romántico total», según Gullón. Gandarias murió cuatro días antes que el escritor a quien se le ocultó el deceso par evitarle más sufrimientos.
Una mina para el cine
Murió Galdós cuando el cine estaba en mantillas, pero el séptimo arte halló una mina en la obra del genio canario. De Buñuel a Garci, pasando por Mario Camus, su anticlericalismo, su estilo crítico, sus ficciones con adulterios, prostitutas, clérigos rijosos e hijos ilegítimos, espejo de la sociedad del XIX, atrajeron a un puñado de guionistas y cineastas que iluminaron su obra en el cine y la televisión.
El abuelo (1897), novela de bastardía y adulterio, fue llevada al cine en cinco ocasiones. La primera por José Buchs en un cinta muda de 1925. Le siguieron una versión mexicana, Adulterio (1945), de José Díaz Morales, y la adaptación del uruguayo Román Viñoly Barreto en 1954. Hubo otra versión española, La duda (1972), de Rafael Gil, pero El abuelo (1998) de José Luis Garci, es la adaptación más famosa.
Nominada al Óscar a la mejor película de habla no inglesa, daría a Fernando Fernán Gómez el Goya al mejor actor. De 1940 es la Marianela de Benito Perojo. Pero habría que esperar casi dos décadas para que Luis Buñuel tomara el testigo con Nazarín en 1959, con Paco Rabal en el papel del cura protagonista y que tendría su continuación con Viridiana (1961), basada en Halma. Buñuel reincidió con Tristana en 1970. Pero es en Argentina y México, donde el cine es más galdosiano, con títulos como La loca de la casa (1950), del mexicano Juan Bustillo Oro, Doña Perfecta (1950), de su compatriota Alejandro Galindo, y la Marianela (1955) del argentino Julio Porter.
Angelino Fons llevó al cine en 1969 el triángulo amoroso de Fortunata y Jacinta y adaptó en 1972 Marianela. Pedro Olea haría lo propio con Tormento en 1974. Borau llevó Miau a la tele y Mario Camus dirigió en 1980 para TVE la serie de Fortunata y Jacinta, con Ana Belén y Maribel Martín como contendientes por el amor de Juanito Santacruz, encarnado por el actor francés François Eric Gendron.