La Voz de Galicia

«Diamantes en bruto», película de los hermanos Safdie incomprensiblemente excluida de los Óscar, llega a Netflix

Cultura

José Luis Losa Róterdam / E. La Voz
Los actores Adam Sandler y Julia Fox, en un fotograma del filme «Diamantes en bruto»

Inconmensurable Adam Sandler, la humanidad de su interpretación en este filme estrenado en Róterdam hace que el espectador comparta las tribulaciones de su personaje

01 Feb 2020. Actualizado a las 20:32 h.

Es proceso imparable la posición global de fuerza de Netflix. Y una vez consolidada Venecia como su base de prestigio cinéfilo, ya son todos -con la excepción de la grandeur de Cannes- los festivales que abrazan servir en su programa las películas de la compañía, títulos ya de primera clase, acontecimientos como The Irishman o -esta semana en Róterdam- Diamantes en bruto (Uncut Gems), colosal obra de los hermanos Safdie que tiene también en su trasfondo a Martin Scorsese.

Scorsese es aquí cómplice como productor asociado de estos dos jóvenes directores a los que se quiso endiosar hace poco de modo prematuro: pasó por Cannes su segunda obra, Good Times, a la que algunos colegas muy modernos y combativos concedían ya la Palma de Oro súbita antes de levantarse de la butaca y salir de la sala de proyección. Luego se quedó aquello en menos que cero. Y ni siquiera llegó a estrenarse comercialmente en España. Porque era un thriller que se quería inscribir de serie negra pero que se negaba a sí misma la naturaleza seca y adusta del género. Y se perdía en continuos ataques de autor de Benny y Josh Safdie, dos virtuosos de la filigrana innecesaria, más partidarios del barroquismo visual mareante que el Valerio Lazarov de las piernas interminables de Bárbara Rey en Palmarés.

Por eso es muy bueno intuir en Diamantes en bruto cómo esta devoción por el exceso de los brothers tan pagados de sí mismos ha pasado por el fielato de Scorsese, cuya influencia es segura a la hora de convencer a los Safdie de que olviden el circo y se ciñan a contar una historia apegada al dramatismo que pide este joyero que se pasa 140 minutos bordeando el abismo, el protagonista de lo que se respira como sudoroso drama de antihéroe.

Este tramposo ludópata, prestidigitador de las mentiras con daño, embullado en una pesadilla que él mismo alimenta y en casi perpetua huida hacia adelante, es un ser abominable, desconocedor de la lealtad o del respeto incluso hacia sus seres más queridos. Deberías detestarlo, desear que caiga en uno de los trampantojos que él mismo ha preparado.

Y, sin embargo, es tan canalla y envolvente la línea sobre la (in)moralidad que dibuja el sabio guion de Ronald Bronstein (un fijo de los Safdie, algo así como el tercer hermano) y -sobre todo- posee tal humanidad la interpretación de Adam Sandler que compartes con él su braceo por sobrevivir en ese teatro de las ilegalidades con el trasiego de joyas y el amaño de la NBA. No en vano aquí está nada menos que el genuino Kevin Garnett, a la sazón hombre clave de los Celtics bostonianos, ya que la acción se desarrolla en el 2012.

Y sumen ustedes a la hoja de ruta vital de este miserable embaucador la doble vida con esposa-amante, otro lazo que Sandler se pone al cuello. Hay en el ADN de su personaje mucho de los ya legendarios seres autoinmolados de Paul Schrader: esa carrera suya contra el reloj es un puritito via crucis pero con un ritmo interno de velocidad infernal. Y cuando parece que ya se ha sacado Diamantes en bruto todos los ases de la manga llega esa media hora final de loopings y frenesí que te descoloca.

Solo que, por fortuna aquella cámara histérica de hace un par de años con la que los Safdie malograban su cine y te obligaban a tomarte pastilla antimareo ha aprendido a reposar. A bajar la acción al césped. Y ahí, Adam Sandler, ese gran tapado, nos vuelve a demostrar -lo logró en Punch Drunk Love hace más de una década- que ese talento actoral inmenso que, sin duda, puede ofrecer, paradójicamente posee la peor hoja de servicios del Hollywood contemporáneo.

Hay algo de justicia poética que sea esta magnífica Diamantes en bruto (un esqueje del bronco aliento setentero de Scorsese, del Schrader de Blue Collar, incluso del Bogdanovich de Saint Jack) la que sitúa a Adam Sandler en un rol que -con treinta años menos o un marciano efecto irishman de más- habrían matado por interpretar Al Pacino o Robert de Niro. Y así va jugándose nuestro joyero -o marathon man- su vida de trilero en una foto-finish agónica como de cuando Hollywood era adulto.


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