Oliver Stone dice que a JFK «lo asesinó el ejército, la inteligencia o ambos»
Cultura
El cineasta japonés Ryusuke Hamaguchi asalta el cielo de la Croisette con su nueva película, «Drive My Car»
13 Jul 2021. Actualizado a las 09:17 h.
Al Oliver Stone del sambenito conspiranoico se le debe un respeto. Por sus grandes aportaciones a la explicación del poder en los Estados Unidos como un salvaje asalto de los dueños fácticos del imperio a los césares elegidos en las urnas. De esas cacerías que a veces se cobran la pieza presidencial, llevándose astillas de su cráneo por delante, forman un díptico monumental JFK y Nixon. Y también es fabulosa su revisión documental de esos golpes duros o blandos en la serie La Historia no contada de los EE.UU.
Stone presenta en Cannes JFK Revisited. Como el realizador declaró en la sala antes de proyección: «La única duda es si a Kennedy lo asesinaron el ejército, la inteligencia o ambos». En el reino de la posverdad, las razones políticas o financieras de su ejecución son como la piedra fundacional. Al lado de ese golpe de Estado perfecto y quirúrgico, la tentativa aterradora de Trump y su asalto al Congreso en enero resultan de un amateurismo exhibicionista tan grosero como el papel -fatídico para la causa- del bigotón tricornio del 23-F.
Decir que Ryusuke Hamaguchi ha asaltado creativamente el pináculo de este festival por sorpresa es desconocer el cine de la última década. En este tiempo, Hamaguchi ya expandió su talento en filmes como Happy Hours o Asako. Y este mismo año, en la Berlinale virtual, recibió un premio grande pero debió haberselos llevado todos con la sensacional Rueda de la fortuna y de la fantasía. Con Drive My Car ha hecho saltar la banca de las emociones de la Croisette. Todo lo visto hasta ahora parece anecdótico puesto en relación con la estatura de estas tres horas de exploración del amor y sus esclavitudes, del veneno del teatro (con Tío Vania como vertebración) y del de los celos pos-mortem. La necrofilia del recuerdo. La hija muerta. Y su madre que desfallece. Y que solo revive años después como Scheherezade, y a través de sus cuentos crueles alimentados por los orgasmos que liberan la fantasía.
En ese viaje a través de la noche hay un coche que es habitáculo de grandiosas maniobras vitales. Como no sucedía desde Taxi Driver o la Cosmópolis de DeLillo y Cronenberg. La carretera, la noche espectral, la posibilidad de reconstruir algo parecido a la pureza anterior a tanta asfixia de la mente y del alma, refulgen en los fogonazos de una obra que sitúa ya a Hamaguchi como director mayúsculo de lo que llevamos de siglo.
Importa poco que el sábado se lleve o no la Palma de Oro. Quien perdería si no se le concediese sería el festival. Y el prestigio personal de sus jurados. Lo que permanecerá ya inmanente es esta plegaria para después de la peste. Tomen nota de esta salida del túnel hacia un nuevo tiempo del cine que lleva el nombre del realizador japonés Ryusuke Hamaguchi.
Hansen-Love y Bergman
El cine de Mia Hansen-Love siempre plantea propuestas sugestivas. Cierto desafío a la inteligencia del espectador. Y también un punto de engreimiento intelectual que puede alejarte unos palmos de lo que ella cree soberbio. Asisto a la aceptable petulancia con la que Hansen-Love plantea en Bergman’s Island una inmersión en ese parque temático del cineurgo sueco en que se ha convertido la isla de Fâro, su refugio del mundo exterior hasta su muerte. Hay en esta ficción dos cineastas enamorados, Tim Roth y Vicky Krieps. Se alojan en la casa donde se rodó Escenas de un matrimonio y la casera les avisa de que la mayoría de las parejas que acuden allí terminan en el irremisible divorcio. O sea, como el estado de Nevada en el Hollywood clásico.
Paralelamente a su viaje, la idea que ella tiene para un guion da lugar a una historia paralela: la de otra pareja de amantes condenados a la ruptura. Sobre esta otra historia dentro de la historia, y en el balanceo de ambas, lo que propone Hansen-Love es un ejercicio vagoroso, a ratos ocurrente. Pero con un tono general de suficiencia. De un sesgo diletante que me termina por llevar a cierta indiferencia por la historia y por sus connotaciones metacinematográficas. No se me oculta que es el tipo de producto que puede tener mucho predicamento en jurados tontiastutos.