«El antropoide», la degradación de un periodista de provincias adicto al sexo
Cultura
03 Nov 2021. Actualizado a las 05:00 h.
Ese vínculo casi carnal con la palabra al que aludía Valente está muy presente en El antropoide (Candaya), la nueva novela que Fernando Parra Nogueras (Tarragona, 1978) presentó en A Coruña y Santiago. Junto a un vocabulario culto, de términos sonoros, «albura», o arcaísmos, «luengas pestañas», este crítico literario y profesor de Lengua y Literatura utiliza a veces «un lenguaje sucio para mostrar la degradación a la que llega Eduardo». Es el protagonista del libro, el hijo de un poderoso editor literario al que envían a un diario de provincias.
«Soy muy partidario de este tipo de prosa más estética, más elaborada y me causa un poco de rechazo la novelística en la que el lenguaje es ramplón o de una retórica vacía», comenta Parra. Eso supone esfuerzo: «En un párrafo puedo estar parado un montón de tiempo hasta que no estoy convencido de que aquello es exactamente lo que quiero decir. Es laborioso, pero me compensa el resultado final», asegura.
El protagonista de El antropoide se va degradando porque «es un descreído de todo, del ser humano, de las grandes palabras que nos constituyen, y encuentra una certeza en la carne, pero es muy dolorosa porque lo reduce a un aquelarre de células y fluidos. Es trágico en el sentido de que aborta esa vocación trascendente que tenemos los seres humanos al reducirse a su condición de carne». Entre las tareas de Eduardo está la de corregir los anuncios de contactos del periódico, unos textos que acaba convirtiendo en piezas literarias, para enfado de las anunciantes, que no se ven reflejadas, y delicia de los lectores.
Ahora, señala Parra, «hay una hipersexualización de la sociedad y la novela es una denuncia de ello. La que más me preocupa es la de los jóvenes que empiezan muy pronto con el tema». Alude a cómo el protagonista de su segunda novela [la primera fue Persianas, finalista del premio Azorín] «busca elementos de redención de esa adicción en el amor, la literatura, el arte o en la atención de los demás, cuando cuida al padre de un amigo, pero no siempre acaba como quisiera, y cada vez va a peor». En ese proceso no falta el humor, «pero es de acíbar, un parapeto del personaje». En esta línea apunta el autor: «Estamos en una sociedad que vive en la más absoluta literalidad. Se ha perdido la ironía, la doblez del lenguaje...».
Parra reconoce que ser crítico literario y escritor es complicado. «Por eso voy con mucho escrúpulo en cada cosa que escribo. La autoexigencia es mayor», admite. También es profesor de literatura y ahí «la máxima revolución pedagógica que se puede hacer hoy en día es la palabra sin más, no me gusta un profesor asiduo a su power point. No puedo con eso. Estas generaciones han crecido con las nuevas tecnologías y un power point es más de lo mismo. En cambio, la palabra quintaesenciada, el contagiarles solo con lo artesano de la palabra, me parece que es lo revolucionario. Es lo novedoso. Por eso trabajo mucho con los textos».