La Voz de Galicia

Ese Torrente que era Gonzalo

Cultura

maría viñas redacción / la voz

Así le recuerdan Víctor Freixanes, ganador del primer premio Torrente en gallego, y Bibiana Candia y su nieto Marcos Giralt, que serán jurados de la edición de este año

24 Jul 2022. Actualizado a las 05:00 h.

Por primera vez en los 34 años de historia del Premio Torrente Ballester de Narrativa —que acaba de cerrar el plazo para presentar originales—, su nieto Marcos Giralt Torrent (Madrid, 1968) formará parte del jurado. Tener capacidad de decisión en un galardón que lleva el nombre de alguien a quién, además de haber admirado, se ha querido es un «honor» que conlleva una fuerte carga de sentimentalismo. Abuelo y nieto estaban especialmente unidos, un vínculo que se estrechó cuando el Marcos adolescente empezó a interesarse por la literatura. «Pasábamos épocas en su casa de la Ramallosa, en Pontevedra, y yo, que siempre he sido muy de hablar con los mayores, aprovechaba para bombardearle a preguntas», recuerda. Mantenían largas conversaciones sobre libros y, pensándolo, se da cuenta de que a él le debe haber abierto algunos de los volúmenes más importantes de su formación literaria. El Tristam Shansy de Sterne o las Memorias de Saint-Simon, de Luis de Rouvro, por ejemplo. Pero no siempre coincidían en gustos. «Él había nacido en una realidad distinta y aunque, al final, la literatura siempre se interrogue sobre los mismos temas lo hace desde realidades particulares —expone—. Mi abuelo creció en una Galicia rural, donde la luz eléctrica era un lujo de pocos, y yo en una urbe con televisión y demás. Recuerdo que celebraba mucho a Gabriel Miró, que a mí nunca me ha interesado; en cambio a mí me gustaba mucho Nabokov y él era más reticente con él». En noviembre, Giralt compartirá deliberaciones frente a los manuscritos que optan al galardón de este año con, entre otros, la también escritora Bibiana Candia (A Coruña, 1977). Junto al presidente da Real Academia Galega (RAG) Víctor Freixanes (Pontevedra, 1951), primer Premio Torrente Ballester en gallego, recuerdan ahora al escritor. Sus gozos y alguna sombra. Lo que les dio, lo que les dejó.

Si Candia, autora de Azucre, se planteó en serio dedicarse a escribir durante la entrega de un Torrente Ballester en su instituto, Giralt lo hizo escuchando a su abuelo contar historias. A él llegó antes el contador que el escritor, un eslabón más de una larga cadena de narradores orales diestros en relatar leyendas y anécdotas al pie de la lareira, que repetían cantinelas escuchadas en las tabernas de una Galicia más cerca de Cuba y Buenos Aires que de Madrid y Barcelona. Las novelas de Torrente (Ferrol, 1910-Salamanca, 1999) son, de hecho, pura tradición oral, anota Bibiana. «Hay en toda su literatura un poso muy hablado. Es más, solía empezar escribiendo los diálogos, para luego abordar la parte narrativa», señala. «Torrente é un autor moi rico —apunta por su parte Freixanes—. O que pasa é que, como a moitos outros de alta literatura, nestes tempos que vivimos hai que revisitalo e promovelo, porque estamos nun momento de consumo rápido, de facilitarlle as cousas aos lectores, de falta de tempo para ler; e as obras de Torrente son obras de longo recorrido». Coincide Candia en que hoy se hace muy poca literatura como la suya: «Era una persona muy culta, con muchísimas referencias y que tenía un nivel de exigencia literario consigo mismo altísimo. Pensaba mucho las novelas, les daba muchas vueltas. Es difícil encontrar actualmente un autor así, pero bueno, esa es la razón de por qué su literatura sigue estando tan viva y todavía sigue teniendo cuestiones modernísimas».

En los detalles de sus rutinas de escritura entra Giralt, a pesar de que —confiesa— nunca llegó a ver a su abuelo en faena: «Era un hombre vago», admite entre risas. «Escribía muy pocas horas al día, pero le sacaba una gran rentabilidad», enmienda enseguida, aún sonriendo. «Hasta donde llegan mis recuerdos, nunca se ponía a ello antes de las cuatro de la tarde. Por las mañanas solía corregir en un café lo que había escrito el día anterior y luego participaba en una tertulia; de vuelta, en casa, tras la sobremesa y el whisky, se encerraba en su biblioteca y trabajaba un poco. Eso sí, lo hacía rapidísimo. La saga/fuga de J.B. tardó mucho en concebirla, en pensarla en su cabeza, pero una vez la tuvo la escribió en solo seis meses». Una vez que tenía las ideas claras, se lanzaba, resume, pero hasta entonces «merodeaba, vagueaba, grababa sus ideas, les daba vueltas». «Se ponía a escribir casi al final de todo y obligado».

¿El torrente de talento se lleva en las venas? Rechaza el nieto la aptitud innata, defendiendo que la escritura, como cualquier otro oficio, se alcanza mediante el aprendizaje. «Dicho esto —reflexiona un momento— creo que mi abuelo estaba especialmente dotado». De él tomó , sobre todo, su concepción de la literatura: «Él creía en una escritura imaginativa, en no quedarse en el mero retrato, con lo que yo comulgo totalmente. Para mí plasmar la realidad no tiene demasiado sentido, lo importante es trascenderla, intentar dar con verdades esenciales que solo puedes encontrar a base de hacerte preguntas, de cuestionar la realidad. Lo importante de la literatura no es el folclorismo, sino lo que nos une como condición humana de alguna forma».

«No podía ser más gallego»

Lamenta Marcos que desde cierto nacionalismo se haya despreciado a Torrente Ballester por escribir solo en castellano. «La literatura de mi abuelo es Galicia, sin Galicia no se entiende. Mi abuelo era gallego por los cuatro costados, no podía serlo más. Toda su literatura, desde la primera idea a la última, está llena de Galicia, de su imaginería, de su complicidad», subraya. Asiente Candia: toda su obra respira este carácter, cree. «Hay retranca subyacente en sus personajes, una forma de mirar irónica, con mucho fatalismo, les hace ver perfectamente que la desgracia se cierne sobre ellos, pero aun así les obliga a seguir adelante, que es algo muy gallego, y hay un sentido del humor muy amargo en sus textos», agrega. También destaca Freixanes su cercanía «á terra». Entusiasta de los desafíos —razón, de hecho, por la que se presentó al premio en 1992, para competir consigo mismo y porque aquel fue el primer año que compitieron textos en gallego y en castellano—, el presidente de la RAG confiesa una especial devoción por esa manera tan característica de Torrente Ballester de afrontar la literatura como un estímulo creativo. Como un íntimo juego con el lector.


Comentar