Jaume Balagueró se emborracha con una casa maldita llamada «Venus»
Cultura
07 Oct 2022. Actualizado a las 09:33 h.
Comenzó esta 55.ª edición del Festival de Sitges con el retorno a su género natural de Jaume Balagueró, que renovó el panorama del cine de terror español hace 15 años, con REC. En Venus hay una idea de partida sugestiva: el edificio maldito —como el Dakota o el Chelsea Hotel— que son derivación urbanita de la ancestral mansión encantada del goticismo. Ese amasijo de cemento con viviendas deshabitadas era buen proscenio para una trama macabra.
Un juego esquizoide con dos hermanas de pasado traumático que remitiese a hitos como los de De Palma, Siodmak o los siameses de Cronenberg. Pero Balagueró opta no por el pincel del estilismo, sino por la brocha gorda. Supongo que algo o mucho de culpa tendrá el pantagruélico Álex de la Iglesia como productor. En esos matones, killers machirulos de una pieza. O ese último piso donde habita un horror que debiera ser de tinte lovecraftiano pero es aquelarre de brujería de Imserso. Y, sin embargo, cuando todo parece perdido dentro de la mole regurgitante del Edificio Venus, semeja como si Balaguero se encontrase ya tan pasado de rosca que su delirio quiere encontrar una redención autoconsciente. Y lo que era borrachera de endemoniamientos desafinados se reivindica como psicotrónica locura. Sucede en ese momento en que Estér Expósito, destripada, manda parar y se entroniza en la monarquía del Mal —o del bien— según desde donde se mire. Y el filme, hasta entonces fallido, respira ya libre de ronzales en la autoparodia de su tramo final.
Es magnífico el filme norteamericano Resurrection. En él, el cuasi debutante Andrew Semans ofrece varios saltos mortales sin red y sale airoso. El punto de partida inicial del hombre como figura que, en dos casos, acosa o establece una enfermiza relación de dominio con su pareja la encaminan Rebecca Hall y Tim Roth —ese apóstol del cine del malrollismo— hacia territorio infinitamente más radical: el canibalismo como salida hacia el renacimiento serían —en otras manos— materia bufa. Pero Semans, Hall y Roth sostienen en el filo esta asombrosa apuesta perturbadora hasta la entraña.