Manuel Aznar: «María Casares representa la tragedia de los exiliados y lo que hemos perdido»
Cultura
Un congreso en su casa natal clausura el centenario de la actriz francesa
22 Nov 2022. Actualizado a las 05:00 h.
«Nace María Victoria, Vitoliña familiarmente; en Madrid pasa a ser María Casares; en París es Maria Casarès, y finalmente, Maria Schlesser. Cuatro nombres resumen su trayectoria. Ella se compromete consigo misma a ser española hasta que muera Franco y cuando muere se inventa un matrimonio para hacerse francesa y agradecer a Francia haber nacido en el exilio para el teatro, su patria», señala Manuel Aznar, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador que hoy cerrará en A Coruña el Encontro Internacional María Casares, cen anos de vida.
—¿Cómo se ve a María Casares desde fuera de Galicia?
—María Casares es un mito en el imaginario colectivo de nuestro exilio teatral republicano. Hay un estreno que para mí es un hito en 1963 en el teatro General San Martín de Buenos Aires, la Yerma de Lorca. Ahí se reúnen tres mitos: Lorca, que ha sido el símbolo de la barbarie fascista; Margarita Xirgu, que ha salido de España en 1936 y ya no va a volver, y María Casares, que el 29 de diciembre de 1934, de niña, va con su padre al Teatro Español de Madrid al estreno de Yerma, interpretada por Xirgu. Esa niña interpretará el papel en el 63. Margarita ya es una mujer mayor, está enferma y pasa a dirigirla. Y se produce una especie de relevo, casi un rito. María es la sucesora. Creo que ahí se consagra el mito del exilio y en el mejor escenario posible, Buenos Aires.
—¿Cómo la reciben?
—Ella llega como actriz del Théâtre National Populaire que dirigía Jean Vilar. Es la primera vez que actúa en castellano. Seoane y las grandes personalidades del exilio la reciben como lo que es, el mito de la dignidad ética y estética de la República. Porque ella asume la herencia de su padre, la importancia de apellidarse Casares, y le será fiel toda su vida. El exilio la carga de responsabilidad. Seoane y muchos otros la comparan con Picasso, Pau Casals o Trueta, valores míticos de la República que triunfan mundialmente. Una española triunfando desde cero en un teatro y una cultura tan potente como la francesa. María Casares se convierte en 1942 en una actriz consagrada con un solo estreno. Nada más debutar, el embajador de Franco, José Félix de Lequerica, se entrevista con ella y con su madre, las invita a comer y les ofrece el mejor teatro de Madrid. Naturalmente se niegan.
—¿Qué teatro le interesaba?
—Cuando ingresa en 1952 en la Comédie-Française, el sueño de todo actor, le exigen que adopte la nacionalidad francesa, se niega y decide irse al Théâtre National Populaire. Con 30 años llega a la cumbre, pero su cumbre está en la experimentación. Le interesa el teatro con proyección social, experimental, tiene voluntad de indagación, le interesan las giras. Aviñón va a ser muy importante por los estrenos y los personajes femeninos que interpretará. Es una mujer que no se conforma.
—¿Por qué no volvió a Galicia?
—Hay una frase muy bonita de Max Aub en verano del 69, cuando vuelve y dice: «He venido, no he vuelto». Ella viene a Madrid porque le ofrecen una obra que nunca ha hecho y que además es El adefesio de Alberti. Y volvemos a las analogías con Xirgu. Margarita estrena El adefesio en Buenos Aires en el 44 y muere en el 69. ¿Quién tiene que interpretarlo en el 76? María Casares, lo tiene claro todo el mundo. Alberti no puede asistir. Es militante del Partido Comunista y al PCE Suárez no lo legaliza hasta abril de 1977. Todas las crónicas hablan de un estreno que trasciende lo escénico, asisten un montón de políticos, intelectuales. En cuanto María sale a escena, antes de hablar, hay unos minutos de aplausos impresionantes, se está homenajeando en ella al exilio republicano español. Y ella lo que dice es que viene no como turista, sino como actriz exiliada, que viene, no vuelve, y que se tiene que ir. Ella es una actriz francesa. Esa es la tragedia de los exiliados. Y lo que nosotros hemos perdido. Los mejores tuvieron que exiliarse. Eso es una verdad objetiva.