La Voz de Galicia

«Horas de invierno», hermosa miscelánea y canto a lo salvaje de Mary Oliver

Cultura

H. J. P. Redacción / La Voz
Mary Oliver, con uno de sus queridos perros. A la derecha, portada del libro.Mary Oliver, con uno de sus queridos perros. A la derecha, portada del libro.

«Aquel ser humano que no conoce la naturaleza, que no camina bajo las ramas y las horas como bajo su propio techo, es parcial y está herido», advierte la poeta estadounidense

06 Jan 2023. Actualizado a las 05:00 h.

«Soy despistada, imprudente, desconsiderada con las obligaciones sociales, etcétera. Así es como debe ser. La rueda se pincha, la muela se cae, habrá cien comidas sin mostaza. El poema se escribe. He luchado contra el ángel y estoy teñida de luz y no siento vergüenza. Ni culpa. Mi responsabilidad no es ni lo ordinario ni lo puntual. No contempla la mostaza ni las muelas. No abarca el botón perdido, ni las alubias en la cazuela». Es este el suelo irredento donde medra la creación de Mary Oliver (Maple Heights, Ohio, 1935-Hobe Sound, Florida, 2019), poeta hasta la médula, propensa al asombro, la vivencia, la fascinación y lo inesperado, y una amante tranquila de lo salvaje. Y así lo cuenta en La escritura indómita (Errata Naturae, 2021), preciosa colección de ensayos de esta ganadora de los premios National Book y Pulitzer, y de quien el mismo sello publicó hace solo unas semanas Horas de invierno. El editor anuncia ya cuál es el espíritu de esta miscelánea de marcado tono autobiográfico con una cita clarificadora de Oliver: «Aquel ser humano que no conoce la naturaleza, que no camina bajo las ramas y las horas como bajo su propio techo, es parcial y está herido». La advertencia no puede ser más radical, y a la vez es difícil no suscribirla; por supuesto, resulta prometedora en cuanto a lo que avanza sobre el contenido de estos hermosos textos, no solo nada abstrusos sino que son cercanos, hasta amables, perfectos para este tiempo de plomo y acerbas diatribas. Hay momentos de contemplación, de paseo, de comunión con el mundo animal que aproximan la escritura a un cierto misticismo, a lo sagrado, pero esto, en todo caso, no los aleja de lo cotidiano, de la raíz de las cosas pequeñas, y apela también al mensaje ecologista, temerosa —la autora— por la salud del planeta. Que convoque además la poesía de Poe, Robert Frost, Manley Hopkins y Whitman no hace más que confirmar que el lector enseguida se encontrará como en familia.


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