«Verano en rojo»: Bajando a la alcantarilla

Materia para armar un thriller, en cine como en literatura, hay para dar y tomar. Basta como husmear a tu alrededor o echar un vistazo a los periódicos para anotar lo mucho que da de sí por el lado oscuro la condición humana. Y está, claro, la novela. La relación entre ambos soportes ficcionales es fluida, aunque las herramientas sean bastante distintas.

El papel te permite extenderte, pararte en detalles y retorcer el material hasta que no quede una gota, pero la imagen obliga al guionista a aparcar lo accesorio e ir al grano para no cargarse la convención de que un largometraje debe durar lo que dura. En las últimas décadas, el género alcanza tal nivel de saturación en cualquier industria nacional (Hollywood incluida) que ya no accedes a un filme creyendo que vas a descubrir la piedra filosofal, sino que uno simplemente busca entretenerse en base a unos esquemas apenas inalterables: si hay un crimen hay un poli al que toca trincar al asesino. Puede haber, eso sí, más fiambres, varios asesinos e incluso varios sabuesos para aclararlo todo.

Y en esas estamos a la espera de que el Fincher (Seven, 1995) de turno, y antes Jonathan Demme (El silencio de los corderos, 1991), dé un golpe en la mesa y mande parar o cambiar el rumbo.

Belén Macías le pone oficio en la realización —comparte la elaboración del guion con Helio Mira sobre la novela de la periodista y escritora Berna González Harbour— y Marta Nieto viste con solvencia a la comisaria Marta Ruiz en Verano en rojo. El filme elige como tema uno tristemente de actualidad desde hace tiempo: los abusos sexuales entre los señores de la sotana, con el añadido de que en España la cosa va piano, piano y la Iglesia le confiere velocidad de carro de bueyes…

Aparecen dos cadáveres de jóvenes en el 2010 y lo que semejara que se trataba de casos aislados, enseguida se ve que guardan relación. Mientras las investigaciones progresan a duras penas, con piedras en el camino, un periodista cascadillo, fumador y etílico —con el rostro de Coronado— aportará lo suyo al avance, que no será poco. Macías se ajusta al canon formal espantando varios tópicos y tirando de manual, el reparto está en su sitio... Y, al final, un rótulo se encarga de poner negro sobre blanco y a ver si de una puñetera vez lo de los abusos pasa a ser un mal sueño, algo, por otra parte y por desgracia, improbable.