La Voz de Galicia

Salman Rushdie: «No vi ángeles a las puertas del cielo. No hay nada. Valoro muchísimo la vida»

Cultura

Antonio Paniagua Madrid / Colpisa
Salman Rushdie (Bombay, India, 1947), en el Ateneo de Madrid.

El escritor angloindio presenta en España su nuevo libro, «Cuchillo», en que desafía al fanatismo con el arma del humor

21 May 2024. Actualizado a las 05:00 h.

La esposa de Salman Rushdie, la fotógrafa y poeta afroamericana Rachel Eliza Griffiths, le prohibió que se mirara al espejo durante una buena temporada después del atentado que casi le cuesta la vida hace casi dos años. Vistas las heridas, se comprende que el novelista considere su supervivencia un «milagro médico». Durante 27 segundos, el autor de Hijos de la medianoche fue salvajemente apuñalado por un joven que se había adoctrinado en el sótano de casa en las creencias islamistas de signo integrista. Sin antecedentes penales y ni pertenencia a organización terrorista, el atacante, Hadi Matar, infligió a su cuerpo terribles daños. Los cirujanos le tuvieron que extirpar parte del intestino, sufría cuchilladas en el pecho, en la mano izquierda, su ojo derecho le colgaba de la cuenca y grapas metálicas le remachaban la garganta y la mejilla. Su estampa parecía la de un ecce homo. Curiosamente, en el libro que acaba de publicar, Rushdie no expresa rencor ni se apunta a los discursos de odio tan en boga. Preguntado sobre si la muerte reciente del presidente iraní Ebrahim Raisi en un accidente de helicóptero aliviará su persecución, se encoge de hombros. «¿Qué sé yo de Irán? Lo único cierto es que trataron de matarme. Parece confirmado que el régimen no ha tenido que ver en el intento de asesinato. Raisi pertenecía a la línea dura, pero no creo que quien le sustituya vaya ser un liberal», arguye con ironía.

Rushdie se pasó por Madrid para hablar de su libro Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato (Random House), en el que narra carente de solemnidad cómo un lobo solitario por poco lo envía al otro barrio. Su agresor, residente en EE.UU., viajó al Líbano con 19 años para visitar a su padre y su mente volvió envenenada por las soflamas de Hezbolá. «Su madre dijo que ya nunca volvió a ser el mismo», asegura Rushdie, que hace dos años vivía relajado. Pasados más de tres decenios desde que el ayatolá Jomeini dictó una fetua que lo sentenciaba a muerte, creyó que el fallecimiento del líder espiritual y el acuerdo Irán-Reino Unido para revocar la condena le permitía una existencia más tranquila. Pero se equivocaba. El homicida frustrado, al que Rushdie nunca se refiere por su nombre, sino como A, rumiaba desagraviar al islam. «Apenas me conocía. Había leído dos páginas de Los versos satánicos y visto vídeos en YouTube», apunta el autor. Su crimen: haber escrito un libro considerado blasfemo por Ruholá Jomeini, artífice de la revolución islámica.

 

El escaso poder de la literatura para cambiar el mundo

Durante un coloquio en el Ateneo de Madrid con el escritor Javier Cercas, este le preguntó si el arte podía redimir un planeta cada vez más sumido en incertidumbres y furia. «El mundo no se puede cambiar a través de la literatura, quizás acaso puede transformar la percepción de unos pocos lectores», concedió. Rushdie cree que corren tiempo aciagos para los artistas. No solo en Europa, donde el Gobierno de Giorgia Meloni persigue a los intelectuales, sino en todo el orbe, donde la disidencia acarrea a veces penas de cárcel. «En China no es un tiempo estupendo para ser escritor, ni en Rusia, ni en África ni en algunos lugares del mundo islámico. El peligro está por todas partes. A veces por razones políticas y otras, religiosas».

Los servicios secretos y la policía estadounidenses dan por cerrado el caso. «No han interrogado ni buscado a otras personas, parece que fue alguien que actuaba en solitario», explica el escritor, que se dotó de un arma secreta contra la intolerancia: «El fanatismo excluye el humor y el humor es una respuesta al fanatismo. ¿Alguien se imagina a un talibán con sentido del humor?».

Durante su estancia en España, aprovechó para recorrer junto a su mujer las salas del Museo del Prado y el Reina Sofía. Ha podido contemplar con gusto los cuadros de Goya, Velázquez y El Bosco, y se ha sobrecogido con el Guernica de Picasso, artistas todos que retrataron la ferocidad desbocada del ser humano.

Para el escritor, hijo de Mayo del 68, el tiempo que alumbró la revolución feminista y la lucha por los derechos civiles, es sorprendente el giro que ha dado el planeta. «Todos pensábamos que el mundo iría a mejor. Por entonces la religión no era un tema del que se hablara: parecía imposible que volviera a primera línea y de nuevo nos equivocamos».

El escritor, indiferente al hecho religioso, no vio un «túnel de luz» cuando se debatía entre la vida y la muerte y peleaba por no perder la lucidez. Gracias a la presión providencial de un pulgar en un tajo de su cuello no murió desangrado. No perdió nunca la conciencia hasta que entró en el quirófano y lo anestesiaron. Es más, lo que le preocupaba es que le estaban haciendo añicos su impecable traje de Ralph Lauren con tanto tijeretazo a las ropas para poder acceder a las heridas. «No vi ángeles a las puertas del cielo ni demonios en el infierno. No hay nada. Valoro muchísimo la vida», afirma.


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