La Voz de Galicia

Quignard, hacia el relato filosófico inacabable por la vía fragmentaria

Cultura

H. J. Porto Redacción / La Voz
Quignard, en una charla sobre arte en Pamplona en el 2024Quignard, en una charla sobre arte en Pamplona en el 2024

Editan en castellano el noveno tomo de «Último reino», que va ya por el 12.º

28 Apr 2025. Actualizado a las 05:00 h.

«El canto del gallo, el amanecer, los perros que ladran, la claridad que se extiende, el hombre que se levanta, la naturaleza, el tiempo, el sueño, la lucidez, todo es cruel. [...] Un cuerpo prefería su lectura a mí mismo. Una joven alemana se ocupó de mí hasta que cumplí dos años. El hecho de que ella leyese a mi lado me privaba del placer de estar junto a ella. Porque me parecía que no estaba a mi lado. Que no estaba allí. Que se había ido ya. Estaba en otra parte. Leyendo se encontraba en otro reino». Nadie fue consciente de lo que preparaba el profesor, editor, músico, latinista y escritor francés Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) cuando en el 2002 el jurado le concedió el premio Goncourt por Las sombras errantes (primer volumen del proyecto Último reino) con una oposición tajante por parte de Jorge Semprún que desató cierta polémica. Y eso que entonces, en ese mismo año, ya habían aparecido dos tomos más: Sobre lo anterior y Abismos, y él mismo anunció que podría precisar quince entregas (en el 2023 alcanzó las doce con Horas felices).

Su propuesta no era de modo ortodoxo novela, ensayo, memoria, reflexión personal, poesía, aforismo, anotación, diario, sino más bien una mezcla de todo esto que unas veces se inclina hacia un lado y otras carga las tintas sobre otro. Para Semprún, aquello ni resultaba innovador ni abría nuevas posibilidades narrativas, le parecía una más de las muchas petulantes pedanterías hiperliterarias parisinas. Quignard se resta importancia y arguye que solo hace en cada momento lo que le place, desde hace tres decenios en su retiro de pueblo en Sens, departamento de Yonne, región de Borgoña.

Con la publicación de Morir de pensar —en traducción de Marta Cerezales Laforet; en Argentina ya había aparecido en versión de Silvio Mattoni—, el sello Desvelo (ahora en el seno del grupo Almuzara) completa la edición en castellano de este loco proyecto, ya que El niño de Ingolstadt (X), El hombre de tres letras (XI) y Horas felices (XII) ya se podían encontrar en los catálogos de El Cuenco de Plata y Shangrila. Desvelo se suma así a otros sellos que como Debate, Versal, Espasa, Minúscula, Funambulista, Pre-Textos, Interzona, Cuatro, Arena, Canta Mares, Andrés Bello y —en los últimos tiempos— Galaxia Gutenberg, Sexto Piso, El Cuenco de Plata y Shangrila se han ocupado de su obra, a menudo no fácil de leer y vender.

En sus textos hay mucho de pensamiento, indagación del lenguaje, novela histórica, reflexión personal y rescate de personajes olvidados —de las artes, las letras, la política—, una miscelánea que fluye de forma sorprendentemente natural para tejer un relato filosófico inacabable con infinitas conexiones, pero siempre por la vía de lo fragmentario. Una característica que pervive cuando se trata de obras de marcada intención novelística como acaece, por ejemplo, en Carus (1979, su primera novela) y en El amor el mar (2022, la última), ambas recientemente publicadas por Galaxia Gutenberg.

En Morir de pensar concluye que «la edad es la puerta de la belleza». Pero, ¿qué persigue Quignard, tomo tras tomo? «Otra manera de pensar en el límite del sueño —replica—. Una manera de apegarse lo más cerca posible a la letra, a la fragmentación de la lengua escrita, y de avanzar descomponiendo las imágenes de los sueños, desordenando sus formas verbales, exhumando sus textos fuente. ¿Qué extraña falsificación ocurre en el sueño? ¿En el dibujo que surge de los dedos? ¿En la lengua que gime? ¿En el pensamiento que alucina? ¿En la misma música?».


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