Nadal y Phelps, como el cometa Halley
Deportes
14 Aug 2016. Actualizado a las 05:00 h.
Hay algo inconfundible en los campeones de verdad: que, cuando les toca caerse, siempre acaban de pie. Porque esta clase de deportistas nunca pierden. No escatiman ni una gota de sudor, ya sea su partido sobre la hierba de un estadio abarrotado o en una pista secundaria, lejos de los focos de las cámaras de televisión. Por eso la gente se apasiona con ellos. Y se emociona. Como cuando la pista central del Parque Olímpico de Río dedicó una conmovedora ovación a Rafa Nadal. Acababa de derrotar al brasileño Thomaz Bellucci, el ídolo de la grada, el chico del país anfitrión y con el que se habían volcado en cada peloteo. Pero al terminar, se pusieron en pie para reconocer el esfuerzo de un tenista sobre el que había dudas de que pudiese participar en los Juegos y que de nuevo, a base de tenacidad y sacrificio, ya avanzaba hacia las semifinales. Quizás eso es lo que aprecian sobrenatural de tipos como Nadal, que incluso después de haber acumulado una fortuna y un batallón de títulos son capaces de volver a convencerse para intentarlo otra vez.
Y en cada retorno, parece que su apetito se ha multiplicado. Los años pasan y el cuerpo ya no les responde como cuando eran unos críos. Las rodillas chirrían, los hombros crujen y las muñecas amenazan con romperse. Y, sin embargo, se sobreponen. Regresan a lo más alto. Se encaraman al podio para colgarse una medalla de oro o para festejar un Grand Slam. Y también rompen a llorar. Porque ellos sí que saben lo que cuesta conseguirlo.
Uno cuando observa en acción a competidores de la talla de Nadal o de Michael Phelps tiene la sensación de que está contemplando al cometa Halley. Cuando en 1986 atravesó la Tierra, nadie quería perdérselo. Millones de cabezas apuntaron sus ojos hacia el cielo y, cuando se apagaron los últimos destellos sobre aquel fondo negro, fueron conscientes de que probablemente jamás iban a volver a ver algo así.
La sensación es que Río está alumbrando algunos de esos golpes definitivos de estas dos leyendas. Su lucha contra el calendario se mantendrá hasta que la cabeza no les paralice las piernas y los brazos. Mientras tanto, una recomendación: disfruten con ellos. Son irrepetibles.