Un camino hacia ninguna parte
Deportes
17 Apr 2018. Actualizado a las 23:37 h.
El deporte bien entendido constituye un hábito saludable, un elemento indispensable en un crecimiento sano y equilibrado de las personas.
El deporte de élite, al contrario, al llevar al límite al cuerpo y a la mente, provoca lesiones que cuidar para evitar secuelas. Para ser un aspirante a la élite competitiva hay que poseer unas condiciones extraordinarias que, evaluadas por capacitados profesionales, proporcionen a esos talentos el entorno adecuado para lograr las metas que se correspondan con su potencial.
El problema se inicia con que hay muchos padres, entrenadores e instituciones, que «valoran» prematuramente las cualidades de los pequeños y los encaminan a la alta competición, sometiéndolos a cargas de entrenamiento y presiones inadecuadas para sus etapas de crecimiento, con metas u objetivos quiméricos. La consecuencia, frustración y abandono del deporte tras un sinfín de desencuentros familiares. Casos como los de las tenistas Pierce, Lucic, Dokic y Capriati, cuyos padres fueron expulsados de recintos deportivos y en algún caso encarcelados por malos tratos a sus hijas, o las tormentosas relaciones de Arantxa Sánchez Vicario con sus padres tras su retirada, son ejemplos de para lo que nunca debe servir el deporte.
En casos como el de María Vilas, en el que están deportistas seleccionados, con posibilidades reales de alcanzar metas importantes, nos encontramos un problema de formación. El sistema prepara al deportista como una máquina, lo más perfecta posible para conseguir objetivos, pero no se preocupa de la persona, de su formación paralela para su vida futura y que le ayude en el presente. Como dice María, viven en una burbuja, en la que le solucionan lo cotidiano y en lo deportivo conviven con una presión desmedida, renuncias y obligaciones que en realidad en muchos casos no han elegido. Si triunfan se les pide más, y si fracasan pasan a convertirse en el centro de las críticas.
Un camino sin salida, una sensación de vacío, de soledad. Tan rodeados por la multitud, y tan solos para enfrentar la realidad de sus vidas, para las que no han sido preparados. Poco después de ganar su segundo Wimbledon, un jovencísimo Boris Becker reflexionaba: «He sido educado, entrenado y preparado para ganar Wimbledon. Era el objetivo de mi vida. Ya he ganado dos, y ahora ¿qué hago?»
Entrenados para emociones fuertes, no encuentran objetivos equiparables en la vida real y, carentes de incentivación, caen en adicciones y depresiones que arruinan sus vidas. No nos referimos a casos de un solo deporte: Pantani, Chava Jiménez, Maradona, Best, Yago Lamela, Marion Jones, Borg, Jesús Rullán, Ian Thorpe, Phelps...
Detengámonos en Phelps, el más laureado de la historia de los Juegos, con el que María se fotografió en Río. Con una carrera plagada de éxitos, pero sin una formación personal paralela, el nadador fue detenido reiteradamente por conducción temeraria y tuvo problemas con el alcohol y la marihuana. Su entrenador le llegó a decir «tienes dinero y popularidad, pero eres la persona más infeliz que conozco». Entró en un centro de desintoxicación, comenzó a leer libros, cosa que no había hecho antes, y salió cambiado, lo que le permitió triunfar en Río y rehacer su vida.
Su antiguo rival, Ian Thorpe, una máquina perfecta a nivel físico, sucumbió a la presión y a una mente poco preparada para la vida fuera de las piscinas. De héroe pasó a protagonizar tristes episodios hasta acabar vagabundeando.
La moraleja de estos casos, y miles no tan conocidos, es que no hay que confundir el deporte aficionado con el profesional. Que el disfrute de la niñez es un derecho que no se les puede hurtar a los niños, machacándoles con exhaustivos entrenamientos. Que a los jóvenes deportistas hay que formarlos en todos los aspectos, y que el objetivo es su felicidad, y para ello tienen que confluir el calor familiar, la capacidad y ética del profesorado y un entorno institucional que regule el crecimiento sano y equilibrado de los jóvenes. El mejor activo presente y la garantía de un buen futuro.
La meta, conseguir un deporte aficionado inclusivo con máxima participación, y un deporte selectivo de alta competición en el que los protagonistas estén preparados para la segunda parte de sus vidas.