Djokovic desactiva a Nadal y gana su séptimo título del Open de Australia
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El serbio, inabordable con su servicio, prolonga en la final de Melbourne una racha de ocho triunfos seguidos sobre el español en pista dura
27 Jan 2019. Actualizado a las 21:10 h.
No hubo apenas final. En Melbourne comparecieron el mejor Novak Djokovic y un corriente Rafa Nadal. El resultado, con dos versiones tan extremas, fue un triunfo incontestable del serbio por 6-3, 6-2 y 6-3. Un partido excelso del balcánico para hacer historia con su séptimo título del Open de Australia, más que ningún otro tenista hasta ahora. Llevó la iniciativa siempre, con estacazos de derecha y de revés, encadenó punto tras punto con su servicio, no dio una sola opción de rotura a su rival hasta que el partido casi estaba decidido, cerró puntos en la red cuando le hizo falta... No hubo una grieta en la propuesta del campeón, soberbio para lanzar bolas a las líneas y abortar cualquier intento de reacción del tenista que nunca se rinde. Así termina la brillante reinvención de Nadal, con seis partidos brillantes tras cuatro meses sin disputar encuentros oficiales. Una exhibición, sobre todo ante rivales de la nueva ola, que permitía pensar en un posible triunfo contra el mejor jugador del siglo sobre pista dura. Pero en realidad Djokovic lleva tiempo siendo la kriptonita que anula todas las virtudes de un jugador superlativo. El que lo hace con más violencia. Sobre todo abruma a Nadal en pista dura, pues no cede un set ante el mallorquín desde septiembre del 2013. Son ya ocho derrotas seguidas sobre cemento contra el serbio, que alcanza 15 grand slams.
La final empezó a descoserse con el servicio de Djokovic. Solo fueron 13 los puntos que Nadal consiguió al resto en toda la final. Siempre a merced del serbio, siempre corriendo tras la pelota cuando le tocaba restar, siempre incómodo. Ni rastro del tenista valiente y agresivo de las últimas semanas cuando los puntos los comenzaba su rival. Porque no solo es querer, sino poder. No basta con plantear una estrategia más agresiva, se necesita el acierto para plasmarla. Y no lo encontró casi nunca Nadal ante un rival que sabe, mejor que ningún otro tenista, como anticiparse y hacerle daño en este tipo de superficie...
Cuando Djokovic servía, nunca dejó que el español pudiese pegar cómodo, nunca permitió que asomase la bola endiabladamente liftada de Nadal. Esa losa, verse tan inferior cuando sacaba el rival, fue amargándole desde el principio.
Se dejó Nadal su saque ya a la primera oportunidad, y no tuvo nunca la sensación de dominar la situación, ni siquiera en los juegos de su servicio. Porque la propuesta valiente de Djokovic se extendió también a cuando sacaba Nadal, falto de chispa y potencia.
Djokovic golpeaba con un cañón (con un balance soberbio de 34 ganadores y nueve errores no forzados ante un rival de primer orden) y Nadal lanzaba con un tirachinas (21 winners por 28 fallos). Llegaba el español algo más tarde de lo adecuado, sentía que su bola no corría, sospechaba que al otro lado de la red llegaría a continuación un golpe más afilado. Le faltó finura también alrededor de la red, en ese juego de dejadas y contradejadas al que le llevó en algunos instantes su rival más íntimo.
En la derrota, Nadal apretó los dientes, intentó todo y no encontró respuestas. Con elegancia, admitió el contratiempo sin aspavientos ni salidas de tono. Consumado el revés, cruzó la red para felicitar al otro lado de la pista al campeón. «Voy a seguir luchando por mejorar cada día», resumió en la entrega de premios, en la que hizo un ejercicio de señorío.
GFue el combate de dos tenistas en su madurez (Nadal con 32 años y Djokovic con 31), todavía bastante por delante de los chavales emergentes. Pero uno actuó esta vez tocado por la inspiración y otro se desdibujó sin remedio. Fue el reverso de una final que se anunciaba interesante por la refrescante puesta en escena del español en las seis rondas anteriores, pero que se decidió sin rastro de épica. El número uno del ránking mundial sigue siendo el amo de Melbourne