Ray Zapata, el migrante que salvó a su madre de un desahucio gracias a la gimnasia
Deportes
Plata olímpica en Tokio, llegó a España con nueve años y hace tres meses fue padre de una niña, a la que le puso Olimpia y que tiene a la gallega Ana Peleteiro como madrina
01 Aug 2021. Actualizado a las 14:36 h.
Una madre, tres hijos pequeños y un viaje desesperado desde la República Dominicana. Así comienza la historia de Rayderley Miguel Zapata Santana (Santo Domingo, 1993), subcampeón olímpico de gimnasia en la prueba de suelo y sexta medalla de España en los Juegos Olímpicos.
Su niñez fue feliz. Ajeno a las preocupaciones familiares y marcado por una decisión. La de Raysa. Su madre. Elegir marcharse de su patria, en busca de un futuro mejor. A Ray no le gustó el cambio. A sus 9 años no entendía por qué tenían que irse de la tierra en donde tenía a todos sus amigos. En Lanzarote, a donde fueron, estaban solos, le molestaba el viento y hasta sentía frío. De ahí que incluso le costase salir de casa. «Cuando vivíamos en Santo Domingo no paraba quieto. 'Me aburro', me decía una y otra vez. Era muy inquieto. No había manera de frenarlo», explicaba Raysa en La Razón hace unos años.
«Yo iba a mi bola y hacía lo que quería en Santo Domingo. Era muy travieso. En Lanzarote no salía a la calle como hacía allí, pero empecé a hacer gimnasia y todo fue mejor. Me ayudó en la integración y a adaptarme», corrobora Zapata.
La gimnasia salvó por primera vez a la familia Zapata, aunque con mucho esfuerzo. Ray era un portento físico y desde los once años, cuando fue descubierto por el bicampeón olímpico Gervasio Defer, se le veía que tenía buenas cualidades para los saltos. ¿El problema? Requería de unos gastos extra que no fueron fáciles de asumir para Raysa, con su escaso salario. «Mi madre era ella sola. Somos tres hijos y tenía que mantenernos a todos, pagar la casa y las facturas con un sueldo no muy elevado», explicó hace años en Público.
Tampoco ayudaron los prejuicios sociales. Lo juzgaron y lo minusvaloron tan solo por el deporte que practicaba. «Me decían constantemente: ‘Déjalo porque es de chicas y no vas a sacar nada de ahí'. Pero me daba igual. Yo lo que quería era conseguir mi objetivo». reconoció.
El gran hándicap de Ray Zapata fue la edad tan tardía en la que fue incorporado al equipo nacional. En un deporte en el que con 14 o 15 años ya tienes que empezar a despuntar a nivel internacional, a él no le llevaron a entrenarse con la selección, en el CAR de Madrid, hasta cumplidos los 20. Un lastre que casi le conduce al abandono de la gimnasia. «Estaba cansado de que no me hicieran caso ni en Madrid ni en Barcelona y en septiembre de ese año tenía pensado dejarlo todo si en diciembre no me llamaban para irme al CAR. En noviembre llegó Gervi [Gervasio Defer] y me dijo que estaba todo listo. Menos mal, porque se acercaba la fecha y yo estaba tirándome de los pelos porque no quería abandonar la gimnasia», recuerda.
La situación familiar era desesperada. Ray no lograba prosperar en la gimnasia y la crisis económica había afectado de lleno a su familia, que ya no tenía más dinero del que tirar. «Mis padres no estaban trabajando y estaban a punto de echarles del piso. Fue muy duro», explica. Y justo en ese momento comenzó a sacar resultados y pudo ayudarles a salir del bache, entregándoles prácticamente todo lo que ganaba. Fue su forma de reconocerle a Raysa todo lo que había hecho por él.
Fue ese momento, diciembre del 2013, el que le cambió la vida. Se fue a Madrid a trabajar con el equipo nacional y dio resultados casi desde el principio. En el 2014 fue bronce en la Copa del Mundo de Cottbus en la prueba de salto. y en el 2015 ganó el oro en los Juegos Europeos de Bakú y el bronce en el Mundial de Glasgow, ya en suelo.
Los Juegos Olímpicos de Río 2016 fueron su gran decepción. Se quedó a las puertas de la final de suelo, al quedar undécimo en la clasificatoria, y eso le hizo obsesionarse con Tokio 2020. Redobló esfuerzos e incluso creó un salto inédito, el Zapata, durante este último período olímpico. Una gran aportación a la gimnasia, que incluso ha sido usado por varios de sus rivales en la final de estos Juegos. Durante la pandemia, hizo una variante, el Zapata 2, que finalmente no utilizó en Tokio.
En el mes de mayo fue padre de una niña. El nombre que le puso, una declaración de intenciones: Olimpia. A ella fue a quien le dedicó el ejercicio de la final, y por supuesto la de plata. Lo hizo con un babero, que su novia Susana le metió en la maleta sin que lo supiera. Una medalla a la integración. Por Olimpia. La ahijada de Ana Peleteiro. Porque Zapata y la gallega forjaron una grandísima amistad en los días de soledad en Madrid. Pero también por Raysa. Por la migración. Por las madres coraje.